Incompetencias
Luis Linares Zapata
El señor Calderón, desde hace ya tiempo, no da para más. Estupefacto, desorientado, busca apoyos en la supuesta fuerza televisiva y en las rondas que hace en la radio afín, en ambos giros, con claros propósitos electorales. Las duras circunstancias lo han rodeado por todos lados sin que ate ni desate. Aparenta salir al encuentro de los problemas, pero sólo logra sobrevolar áreas devastadas y estirar sus incumplidas promesas de atender el fondo de las inundaciones. Antes celebró reuniones interminables para tratar sendos aspectos de la inseguridad dominante, pero el sentido y, sobre todo, las concreciones de una renovada estrategia le fallan de manera patética. Sus subordinados, a contratiempo, ensayan un crucigrama numérico, ridículo y tramposo, para negar lo cierto, y, a la vez trágico: los millones de ninis que pululan sin destino ni lugar. Sólo la contundente respuesta que, por segunda ocasión, les dio el rector José Narro Robles detuvo la ridícula salida ensayada para minimizar el problema.
Las lluvias mojan al señor Calderón y muestran su instalada y hasta criminal ineficacia, ya bien probada durante sus cuatro años al frente del Ejecutivo federal. Posición que, con el paso del tiempo, se certifica, ocupó de manera tramposa. El crimen organizado hace mucho que le ha ganado las calles en dilatados territorios del país. Los malosos secuestran, matan, extorsionan y organizan a la informalidad para que les sirvan de vehículo y vigilancia para sus trafiques y amenazas a las autoridades. La misma confianza en la obligación del gobierno de garantizar la seguridad, individual y colectiva, se ha esfumado de mentes y cuerpos. Cientos de miles de compatriotas (300 mil sólo en Ciudad Juárez, Chihuahua) cierran sus casas, trasladan sus negocios al otro lado y emigran en busca de refugio. Millones de jóvenes, desorientados, van y vienen por todo el país sin encontrar quién o quiénes les den una respuesta a la pérdida de horizontes que los atosiga. El presupuesto y Ley de Ingresos, recién entregados al Congreso, no contiene ninguna cifra o programa que pueda dar respuestas efectivas, con el aliento necesario, a los dramas descritos. La inversión educativa es precaria: una tercera parte del gasto per cápita de España por ejemplo. México, véase desde donde se quiera, es un país condenado, por muchos años venideros, a la mediocridad estancada. No cuenta con el talento educado para un desarrollo acelerado y sustentable. Además, la movilización de recursos que garantice la reconstrucción del capital perdido por las aguas sin control no se dará, ni siquiera se plantea hacerlo. Los damnificados son, simplemente, demasiados para el raquitismo presupuestal que los verá, a la manera de los ninis, como caso perdido. Esa es la cruda realidad que les espera: el olvido y desamparo.
Cómo hacerle frente a los reclamos de esos cientos de miles de mexicanos que han naufragado. De esos que todo lo han perdido. Bien se sabe que sólo unos cuantos serán atendidos por las instituciones que aún funcionan. La improvisación, el descuido, la incapacidad para copar los grandes desafíos actuales, es una característica que ya se siente como cosa permanente entre la elite y la estructura dirigente del país. Año con año se han de repetir las dañinas inundaciones en regiones que generalmente coinciden con la marginalidad, el atraso social y la pobreza. ¿Cómo dominar el río Grijalva ante lluvias crecientes? Construir un sistema adicional de presas como las existentes es pedirle demasiado a la capacidad de los panistas en el poder. Se requiere poner en marcha un sistema hidráulico integrado que garantice enfocar a las lluvias como una bendición y no como catástrofe inminente, destino o castigo de los dioses. Elaborar y llevar a cabo estrictos programas de asentamientos humanos libres de contingencias es, por ahora al menos, un asunto por demás improbable dado el prontisimo dominante y la debilidad de los gobiernos en turno.
Sólo que ahora los desahuciados que sufrirán el desamparo son demasiados. Quedarán a la intemperie y en situación por demás vulnerable. En sus tierras, por coincidencia, se expande y casi domina el crimen organizado que no tardará en reclutarlos para engordar sus criminales líneas de defensa, distribución y ataque. Los demás, las sobrantes mayorías de ellos, bien pueden dibujar un panorama explosivo que mine las ya de por sí endebles bases institucionales.
De esta triste manera se llega a las programadas celebraciones del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución. El señor Calderón, su administración y hasta la misma derecha (incluido el PRI) que lo apadrina, han sido incapaces de visualizar y, por tanto, trasmitir una imagen, un panorama atractivo que enmarque y dé nuevo sentido a tales efemérides. Porfirio Díaz quiso proyectar a México, con sus obras, héroes y demás parafernalia, como un país “civilizado”, moderno y, a su figura, como la de un visionario transformador. La revuelta se lo impidió. El señor Calderón no tiene los tamaños para, siquiera, ensayar una pretensión similar que lo saque de su corta estatura. Ojalá no haya ninguna revuelta más allá de la que, a su guerra, le han presentado los grupos del crimen organizado.
Las lluvias mojan al señor Calderón y muestran su instalada y hasta criminal ineficacia, ya bien probada durante sus cuatro años al frente del Ejecutivo federal. Posición que, con el paso del tiempo, se certifica, ocupó de manera tramposa. El crimen organizado hace mucho que le ha ganado las calles en dilatados territorios del país. Los malosos secuestran, matan, extorsionan y organizan a la informalidad para que les sirvan de vehículo y vigilancia para sus trafiques y amenazas a las autoridades. La misma confianza en la obligación del gobierno de garantizar la seguridad, individual y colectiva, se ha esfumado de mentes y cuerpos. Cientos de miles de compatriotas (300 mil sólo en Ciudad Juárez, Chihuahua) cierran sus casas, trasladan sus negocios al otro lado y emigran en busca de refugio. Millones de jóvenes, desorientados, van y vienen por todo el país sin encontrar quién o quiénes les den una respuesta a la pérdida de horizontes que los atosiga. El presupuesto y Ley de Ingresos, recién entregados al Congreso, no contiene ninguna cifra o programa que pueda dar respuestas efectivas, con el aliento necesario, a los dramas descritos. La inversión educativa es precaria: una tercera parte del gasto per cápita de España por ejemplo. México, véase desde donde se quiera, es un país condenado, por muchos años venideros, a la mediocridad estancada. No cuenta con el talento educado para un desarrollo acelerado y sustentable. Además, la movilización de recursos que garantice la reconstrucción del capital perdido por las aguas sin control no se dará, ni siquiera se plantea hacerlo. Los damnificados son, simplemente, demasiados para el raquitismo presupuestal que los verá, a la manera de los ninis, como caso perdido. Esa es la cruda realidad que les espera: el olvido y desamparo.
Cómo hacerle frente a los reclamos de esos cientos de miles de mexicanos que han naufragado. De esos que todo lo han perdido. Bien se sabe que sólo unos cuantos serán atendidos por las instituciones que aún funcionan. La improvisación, el descuido, la incapacidad para copar los grandes desafíos actuales, es una característica que ya se siente como cosa permanente entre la elite y la estructura dirigente del país. Año con año se han de repetir las dañinas inundaciones en regiones que generalmente coinciden con la marginalidad, el atraso social y la pobreza. ¿Cómo dominar el río Grijalva ante lluvias crecientes? Construir un sistema adicional de presas como las existentes es pedirle demasiado a la capacidad de los panistas en el poder. Se requiere poner en marcha un sistema hidráulico integrado que garantice enfocar a las lluvias como una bendición y no como catástrofe inminente, destino o castigo de los dioses. Elaborar y llevar a cabo estrictos programas de asentamientos humanos libres de contingencias es, por ahora al menos, un asunto por demás improbable dado el prontisimo dominante y la debilidad de los gobiernos en turno.
Sólo que ahora los desahuciados que sufrirán el desamparo son demasiados. Quedarán a la intemperie y en situación por demás vulnerable. En sus tierras, por coincidencia, se expande y casi domina el crimen organizado que no tardará en reclutarlos para engordar sus criminales líneas de defensa, distribución y ataque. Los demás, las sobrantes mayorías de ellos, bien pueden dibujar un panorama explosivo que mine las ya de por sí endebles bases institucionales.
De esta triste manera se llega a las programadas celebraciones del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución. El señor Calderón, su administración y hasta la misma derecha (incluido el PRI) que lo apadrina, han sido incapaces de visualizar y, por tanto, trasmitir una imagen, un panorama atractivo que enmarque y dé nuevo sentido a tales efemérides. Porfirio Díaz quiso proyectar a México, con sus obras, héroes y demás parafernalia, como un país “civilizado”, moderno y, a su figura, como la de un visionario transformador. La revuelta se lo impidió. El señor Calderón no tiene los tamaños para, siquiera, ensayar una pretensión similar que lo saque de su corta estatura. Ojalá no haya ninguna revuelta más allá de la que, a su guerra, le han presentado los grupos del crimen organizado.
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