Único proyecto alternativo de nación
Gabriela Rodríguez
En el marco de la democracia moderna, el de AMLO es el único proyecto alternativo para nuestra nación. Hasta el momento, ningún otro candidato ha articulado una opción distinta de país, una propuesta transformadora que se basa en el ejercicio de 10 años del Gobierno del Distrito Federal y en el más amplio movimiento social de la actualidad.
Y es que a diferencia de quienes sólo prometen, López Obrador está parado sobre los hechos, sobre los programas de gobierno realizados en la ciudad de México, el que dirigió Cuauhtémoc Cárdenas, el que él mismo encabezó de 2000 a 2006, y el actual que comanda Marcelo Ebrard. Así de fácil, yo coloco en el mismo saco lo que considero el mejor legado de la izquierda mexicana: los diez años del gobierno de la ciudad de México.
Cada gobierno ha sido mejor que el otro, porque cada uno va cosechando los frutos que sembró el anterior. Ninguno ha sido perfecto ni idéntico, se trata de gobernantes honestos, personalidades ejemplares y diferentes, jefes que se han apoyado en gabinetes de muy alto nivel profesional y académico, con equidad de género al nivel de las secretarías de Estado, funcionarios que han trabajado en colaboración con una ciudadanía cosmopolita y exigente, y que han sostenido las mismas líneas prioritarias en asuntos sustantivos: la política social, la austeridad republicana, la construcción y creación de empleos que ella conlleva, los proyectos culturales comunitarios (en el Zócalo, en las plazas populares, los maravillosos Faros), los derechos humanos de los adultos mayores, el acceso creciente a la formación media y superior de jóvenes, los derechos de las mujeres, los derechos sexuales y reproductivos de todos y todas, la laicidad de facto, que ha ido más allá del discurso demagógico.
Andrés Manuel ha ampliado sus miras más allá de la capital del país porque también está parado sobre un movimiento social de resistencia civil pacífica, “sin un vidrio roto”, un ejercicio único de construcción de redes sin violencia –hay que subrayar esta cualidad que hoy brilla por su ausencia–, forjadas desde abajo con grupos en las 32 entidades del país. Se trata del fruto de su peregrinar en 2038 municipios que visitó personalmente, una experiencia que amplió el horizonte de su proyecto de nación, porque convive y toca a diario la realidad de los más pobres, de las mayorías, de la clase trabajadora, de los excluidos, la que vive en barrancas, en cinturones de miseria, en comunidades rurales, en zonas indígenas.
En su tono de indignación, en sus adjetivos estridentes, yo identifico la empatía del líder con quienes vienen acompañándolo en los últimos cuatro años, ya no es la voz del gobernante sino el eco de quienes sostienen la resistencia. Comparto y me identifico con ese sentimiento que a veces llega a la desesperación, las cosas no están para menos.
De los 10 postulados del proyecto alternativo, celebro que los haya abierto para un proceso abierto de consulta, que nos invite a todos para afinarlo durante el año. Está señalando necesidades muy urgentes: recuperar el Estado y los medios masivos de comunicación, cambiar la actual política económica, abolir los privilegios fiscales. La política como imperativo ético es de lo más importante, la austeridad republicana: nada de sueldos onerosos y ofensivos, ni flotillas de aviones y helicópteros al servicio de la llamada clase gobernante, eliminar los gastos improductivos, el derroche y los privilegios, alcanzar la soberanía alimentaria y restablecer el estado de bienestar. Al final aborda temas que fueron la debilidad de su gobierno: cristalizar una nueva corriente de pensamiento donde se promueva la tolerancia, la solidaridad, el respeto a la diversidad y la protección del medio ambiente. “Hay que alentar un pensamiento que ayude a impedir el predominio del dinero, del engaño, de la corrupción y del afán de lucro, sobre la dignidad, la verdad, la moral y el amor al prójimo”.
Sea quien sea el candidato a la Presidencia de la República en 2012, tenemos que ganar con este proyecto. Ya se burlaron algunos del romanticismo de López Obrador, pero yo valoro que hable de la moral y el amor en el sentido de justicia, de honestidad y solidaridad, porque si algo está perdido en la elite política es esa sensibilidad moral.
Se trata de términos vacíos en las bocas de la nueva derecha, la de esos políticos serviles a sus jefes: potentados y curas. ¿A qué suena la moral en voz del nuevo secretario de Economía, Bruno Ferrari, cuyo mayor mérito para ganar el cargo fue ser el enlace de los empresarios de Nuevo León con Marcial Maciel? ¿O qué moral puede tener el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, quien acaba de codificar en el mismo nivel de “delito grave” el abuso sexual a menores y a discapacitados, la pornografía infantil y el intento de ordenación de una mujer?
grodriguez@afluentes.org
Y es que a diferencia de quienes sólo prometen, López Obrador está parado sobre los hechos, sobre los programas de gobierno realizados en la ciudad de México, el que dirigió Cuauhtémoc Cárdenas, el que él mismo encabezó de 2000 a 2006, y el actual que comanda Marcelo Ebrard. Así de fácil, yo coloco en el mismo saco lo que considero el mejor legado de la izquierda mexicana: los diez años del gobierno de la ciudad de México.
Cada gobierno ha sido mejor que el otro, porque cada uno va cosechando los frutos que sembró el anterior. Ninguno ha sido perfecto ni idéntico, se trata de gobernantes honestos, personalidades ejemplares y diferentes, jefes que se han apoyado en gabinetes de muy alto nivel profesional y académico, con equidad de género al nivel de las secretarías de Estado, funcionarios que han trabajado en colaboración con una ciudadanía cosmopolita y exigente, y que han sostenido las mismas líneas prioritarias en asuntos sustantivos: la política social, la austeridad republicana, la construcción y creación de empleos que ella conlleva, los proyectos culturales comunitarios (en el Zócalo, en las plazas populares, los maravillosos Faros), los derechos humanos de los adultos mayores, el acceso creciente a la formación media y superior de jóvenes, los derechos de las mujeres, los derechos sexuales y reproductivos de todos y todas, la laicidad de facto, que ha ido más allá del discurso demagógico.
Andrés Manuel ha ampliado sus miras más allá de la capital del país porque también está parado sobre un movimiento social de resistencia civil pacífica, “sin un vidrio roto”, un ejercicio único de construcción de redes sin violencia –hay que subrayar esta cualidad que hoy brilla por su ausencia–, forjadas desde abajo con grupos en las 32 entidades del país. Se trata del fruto de su peregrinar en 2038 municipios que visitó personalmente, una experiencia que amplió el horizonte de su proyecto de nación, porque convive y toca a diario la realidad de los más pobres, de las mayorías, de la clase trabajadora, de los excluidos, la que vive en barrancas, en cinturones de miseria, en comunidades rurales, en zonas indígenas.
En su tono de indignación, en sus adjetivos estridentes, yo identifico la empatía del líder con quienes vienen acompañándolo en los últimos cuatro años, ya no es la voz del gobernante sino el eco de quienes sostienen la resistencia. Comparto y me identifico con ese sentimiento que a veces llega a la desesperación, las cosas no están para menos.
De los 10 postulados del proyecto alternativo, celebro que los haya abierto para un proceso abierto de consulta, que nos invite a todos para afinarlo durante el año. Está señalando necesidades muy urgentes: recuperar el Estado y los medios masivos de comunicación, cambiar la actual política económica, abolir los privilegios fiscales. La política como imperativo ético es de lo más importante, la austeridad republicana: nada de sueldos onerosos y ofensivos, ni flotillas de aviones y helicópteros al servicio de la llamada clase gobernante, eliminar los gastos improductivos, el derroche y los privilegios, alcanzar la soberanía alimentaria y restablecer el estado de bienestar. Al final aborda temas que fueron la debilidad de su gobierno: cristalizar una nueva corriente de pensamiento donde se promueva la tolerancia, la solidaridad, el respeto a la diversidad y la protección del medio ambiente. “Hay que alentar un pensamiento que ayude a impedir el predominio del dinero, del engaño, de la corrupción y del afán de lucro, sobre la dignidad, la verdad, la moral y el amor al prójimo”.
Sea quien sea el candidato a la Presidencia de la República en 2012, tenemos que ganar con este proyecto. Ya se burlaron algunos del romanticismo de López Obrador, pero yo valoro que hable de la moral y el amor en el sentido de justicia, de honestidad y solidaridad, porque si algo está perdido en la elite política es esa sensibilidad moral.
Se trata de términos vacíos en las bocas de la nueva derecha, la de esos políticos serviles a sus jefes: potentados y curas. ¿A qué suena la moral en voz del nuevo secretario de Economía, Bruno Ferrari, cuyo mayor mérito para ganar el cargo fue ser el enlace de los empresarios de Nuevo León con Marcial Maciel? ¿O qué moral puede tener el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, quien acaba de codificar en el mismo nivel de “delito grave” el abuso sexual a menores y a discapacitados, la pornografía infantil y el intento de ordenación de una mujer?
grodriguez@afluentes.org
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