Reconfiguraciones
Pedro Miguel
Es oficial: el PRI se ha partido en tres o cuatro pedazos y éstos compitieron entre ellos, en las elecciones estatales de ayer, por una docena de gubernaturas. Resquebrajamiento mediante, el tricolor pasó de objeto rígido e inflexible a sustancia maleable y dúctil que embarró al resto de las organizaciones políticas con propósitos de absorción. Se pudo ver así a operadores del fraude de 1988 luchando codo a codo con algunos de sus impugnadores de entonces; los perpetradores del fraude de 2006 se enemistaron con sus legitimadores, pero recuperaron a varios de los despojados para conformar diques de contención frente al dinosaurio, ignorando que éste anidó en sus corazones y los dejó invadidos de crías. En lo general, fue una kermés en la que se rifaron un montón de puestos de elección popular y los boletos pudieron adquirirse mediante vales de Oportunidades, a cambio de repartos de despensas, con distribución de recursos del Procampo, a través de transmisiones de mentiras viejas y nuevas en cadena nacional –tres en una semana–, con el recurso de los aparatos corporativos de siempre.
Como ocurre en cualquier país con una democracia consolidada, esto fue una auténtica fiesta cívica sin perdedores. Bueno, el único fue Felipe Calderón, cuya versión personal de priísmo no gustó mucho que digamos entre los electores. No es para menos: cuando Calderón no confunde al Estado con la policía, lo confunde con las agencias de opinión. Pero hasta él tuvo uno que otro triunfo, como lo confirma el tratamiento dado por El País –agencia de relaciones públicas del calderonato por vía cuñadil– a la elección: “El PRI pierde tres estados de México que gobernaba desde hace 80 años”. El PRI, que todavía se llama PRI, gana nueve de 12, pero hay el afán de beneficiar, “haiga sido como haiga sido”, al PRI que cambió de nombre.
Otros diarios españoles todavía le tienen –a veces– algún cariñito a la realidad: “La jornada de las estatales mexicanas comenzó como cualquier día: con muertos; cuatro cadáveres colgaban de mañana en diferentes puentes de Chihuahua capital”, redactó ABC. Pero los treinta y tantos asesinados de ayer no fueron parte del score, porque esta vez lo importante no era quién falleció, sino quién ganó: olvídense del muerto, que su hermano ya es gobernador.
Las izquierdas partidistas participaron en la fiesta cívica, a veces del brazo de un PRI, a veces de la mano de otros PRIs. Dicen que si no es para ir a elecciones, entonces para qué se conforman en partidos, y en ese punto tienen razón. Pero entre ellas imperó el miedo a la soledad, se amancebaron con lo malo y hasta con lo peor, y salvo en Oaxaca, donde tal vez hayan logrado amarrar algunas facturas (ojalá: vale por una demolición de caciazgo), perdieron el rumbo a cambio de unas entradas a las fiestas de toma de posesión. Se les desea que al menos cenen rico.
Al cabo de 10 años la vida política formal está por culminar una vuelta sobre sí misma y hoy aparece más descompuesta que hace 40, cuando Díaz Ordaz festejaba la democracia, y mucho más alejada que entonces del país de abajo. En éste hay muchas noticias malas pero también una que otra buena, y esas no se agotan en una jornada electoral. Por debajo del PRI reconstituido y triunfante con distintos colores y siglas, al margen de rituales cada vez más vacíos de significación y contenido, lejos de mecanismos de representación reducidos a su propia caricatura, la sociedad se reconfigura a sí misma, en preparación para el momento en que se decida a hacer efectivo el principio básico de la democracia.
navegaciones@yahoo.com - http://navegaciones.blogspot.com/
Como ocurre en cualquier país con una democracia consolidada, esto fue una auténtica fiesta cívica sin perdedores. Bueno, el único fue Felipe Calderón, cuya versión personal de priísmo no gustó mucho que digamos entre los electores. No es para menos: cuando Calderón no confunde al Estado con la policía, lo confunde con las agencias de opinión. Pero hasta él tuvo uno que otro triunfo, como lo confirma el tratamiento dado por El País –agencia de relaciones públicas del calderonato por vía cuñadil– a la elección: “El PRI pierde tres estados de México que gobernaba desde hace 80 años”. El PRI, que todavía se llama PRI, gana nueve de 12, pero hay el afán de beneficiar, “haiga sido como haiga sido”, al PRI que cambió de nombre.
Otros diarios españoles todavía le tienen –a veces– algún cariñito a la realidad: “La jornada de las estatales mexicanas comenzó como cualquier día: con muertos; cuatro cadáveres colgaban de mañana en diferentes puentes de Chihuahua capital”, redactó ABC. Pero los treinta y tantos asesinados de ayer no fueron parte del score, porque esta vez lo importante no era quién falleció, sino quién ganó: olvídense del muerto, que su hermano ya es gobernador.
Las izquierdas partidistas participaron en la fiesta cívica, a veces del brazo de un PRI, a veces de la mano de otros PRIs. Dicen que si no es para ir a elecciones, entonces para qué se conforman en partidos, y en ese punto tienen razón. Pero entre ellas imperó el miedo a la soledad, se amancebaron con lo malo y hasta con lo peor, y salvo en Oaxaca, donde tal vez hayan logrado amarrar algunas facturas (ojalá: vale por una demolición de caciazgo), perdieron el rumbo a cambio de unas entradas a las fiestas de toma de posesión. Se les desea que al menos cenen rico.
Al cabo de 10 años la vida política formal está por culminar una vuelta sobre sí misma y hoy aparece más descompuesta que hace 40, cuando Díaz Ordaz festejaba la democracia, y mucho más alejada que entonces del país de abajo. En éste hay muchas noticias malas pero también una que otra buena, y esas no se agotan en una jornada electoral. Por debajo del PRI reconstituido y triunfante con distintos colores y siglas, al margen de rituales cada vez más vacíos de significación y contenido, lejos de mecanismos de representación reducidos a su propia caricatura, la sociedad se reconfigura a sí misma, en preparación para el momento en que se decida a hacer efectivo el principio básico de la democracia.
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