AMLO: por fin un proyecto de nación
Víctor M. Toledo
Justo en el momento en el que la política alcanza sus niveles más denigrantes; cuando el país carece de brújula y la ciudadanía sufre un ataque agudo de desesperanza. Justo cuando los indicadores, económicos, sociales, ambientales y morales revelan que la nación padece una crisis múltiple, AMLO presenta, para su amplia discusión, un proyecto de nación. El acto parece descabellado o ingenuo en un país donde la política se hace ya sin ideas, movida casi totalmente por la lógica cínica, es decir, por los compromisos, las componendas y un pragmatismo cuyo motor es el signo de pesos. Sojuzgada hasta el extremo por el capital, a tal punto que es casi imposible distinguir entre el empresario y el político, la práctica política se ha convertido en una acción indecente, sin discurso, valores ni metas. Y este irracionalismo contamina, por desgracia, buena parte de la vida del país.
Dibujar un proyecto de nación, incluso sin el adjetivo de alternativo, en las muy difíciles condiciones actuales, es una proeza que todo ciudadano consciente está obligado a reconocer, porque remonta una situación de decaimiento y desconsuelo, y porque le abre de nuevo a los mexicanos la inmensa puerta de la esperanza. Y es que un proyecto de nación, que es una propuesta de gente pensante, rebasa en teoría a los individuos, a las personalidades y a los dirigentes, en tanto creación colectiva, en tanto acto intelectual de buena voluntad y en tanto oferta para contender.
La primera versión del proyecto, unas 25 páginas elaboradas con el concurso de cerca de medio centenar de pensadores, que se hizo público el pasado domingo, está llamada a operar como un detonador de las voluntades de los millones de mexicanos que como nunca antes sufren, en diferentes versiones y matices, el peso de la corrupción, la injusticia y la falta de oportunidades para alcanzar una vida digna, sana y segura. Ahí están el pequeño comerciante abatido por los grandes monopolios, el joven sin trabajo ni escuela, la familia de clase media amenazada por la delincuencia, el profesionista laborando en actividades impropias, el campesino marginado, los obreros y empleados mal pagados y peor tratados, y los millones sin información, conocimiento, trabajo.
Más allá de su coherencia ideológica, nivel de actualidad e impacto transformador, todo lo cual se irá delineando mediante la discusión anunciada, el documento alcanza un alto grado de legitimidad por dos razones. Primero, porque se plantea clara y rotundamente como objetivo central el desmantelamiento de las prácticas neoliberales que hoy por hoy, no sólo en México sino en el mundo, explotan el trabajo humano y el trabajo de la naturaleza, tan impíamente, que la humanidad se mueve inexorablemente a una crisis de supervivencia. El renacimiento de México, se sostiene, se logra venciendo la inercia de más de dos décadas de neoliberalismo. En segundo lugar porque ha intentado cubrir todas las dimensiones que requieren urgente atención, es decir, que conforman reclamos casi obvios de la sociedad mexicana, evitando dejar fuera del análisis cualquiera de las problemáticas más notables o visibles. Así, para lograr la transformación se propone desde la revolución de las conciencias y el pensamiento crítico, y la defensa de los recursos naturales, pasando por la recuperación del sector público, la supresión de los monopolios, la democratización de los medios de comunicación, la extinción de los privilegios fiscales y las desprivatización del petróleo y la electricidad; hasta la recuperación del campo y la soberanía alimentaria, el predominio de la agricultura ecológica y la defensa de los derechos de los pueblos indígenas.
Ya lo dijo José Martí, hace más de un siglo: “Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados”. Lo que aquí procede es saber si los acorazados de las elites que hoy dominan, explotan y dilapidan a los mexicanos y sus recursos (poder económico, controles diversos, medios de comunicación, prensa corrupta) serán derrotados por el voto de los ciudadanos en 2012. Una proeza que aumentará su probabilidad en la medida en que un número mayor de ciudadanos lean este proyecto, y lo mediten, discutan, difundan… Un logro que tiene que ser respaldado por trabajo, acción, estrategia y, sobre todo, congruencia moral, pues todo proyecto de nación para ser creíble debe quedar avalado, impecablemente, por la conducta de sus proponentes.
Dibujar un proyecto de nación, incluso sin el adjetivo de alternativo, en las muy difíciles condiciones actuales, es una proeza que todo ciudadano consciente está obligado a reconocer, porque remonta una situación de decaimiento y desconsuelo, y porque le abre de nuevo a los mexicanos la inmensa puerta de la esperanza. Y es que un proyecto de nación, que es una propuesta de gente pensante, rebasa en teoría a los individuos, a las personalidades y a los dirigentes, en tanto creación colectiva, en tanto acto intelectual de buena voluntad y en tanto oferta para contender.
La primera versión del proyecto, unas 25 páginas elaboradas con el concurso de cerca de medio centenar de pensadores, que se hizo público el pasado domingo, está llamada a operar como un detonador de las voluntades de los millones de mexicanos que como nunca antes sufren, en diferentes versiones y matices, el peso de la corrupción, la injusticia y la falta de oportunidades para alcanzar una vida digna, sana y segura. Ahí están el pequeño comerciante abatido por los grandes monopolios, el joven sin trabajo ni escuela, la familia de clase media amenazada por la delincuencia, el profesionista laborando en actividades impropias, el campesino marginado, los obreros y empleados mal pagados y peor tratados, y los millones sin información, conocimiento, trabajo.
Más allá de su coherencia ideológica, nivel de actualidad e impacto transformador, todo lo cual se irá delineando mediante la discusión anunciada, el documento alcanza un alto grado de legitimidad por dos razones. Primero, porque se plantea clara y rotundamente como objetivo central el desmantelamiento de las prácticas neoliberales que hoy por hoy, no sólo en México sino en el mundo, explotan el trabajo humano y el trabajo de la naturaleza, tan impíamente, que la humanidad se mueve inexorablemente a una crisis de supervivencia. El renacimiento de México, se sostiene, se logra venciendo la inercia de más de dos décadas de neoliberalismo. En segundo lugar porque ha intentado cubrir todas las dimensiones que requieren urgente atención, es decir, que conforman reclamos casi obvios de la sociedad mexicana, evitando dejar fuera del análisis cualquiera de las problemáticas más notables o visibles. Así, para lograr la transformación se propone desde la revolución de las conciencias y el pensamiento crítico, y la defensa de los recursos naturales, pasando por la recuperación del sector público, la supresión de los monopolios, la democratización de los medios de comunicación, la extinción de los privilegios fiscales y las desprivatización del petróleo y la electricidad; hasta la recuperación del campo y la soberanía alimentaria, el predominio de la agricultura ecológica y la defensa de los derechos de los pueblos indígenas.
Ya lo dijo José Martí, hace más de un siglo: “Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados”. Lo que aquí procede es saber si los acorazados de las elites que hoy dominan, explotan y dilapidan a los mexicanos y sus recursos (poder económico, controles diversos, medios de comunicación, prensa corrupta) serán derrotados por el voto de los ciudadanos en 2012. Una proeza que aumentará su probabilidad en la medida en que un número mayor de ciudadanos lean este proyecto, y lo mediten, discutan, difundan… Un logro que tiene que ser respaldado por trabajo, acción, estrategia y, sobre todo, congruencia moral, pues todo proyecto de nación para ser creíble debe quedar avalado, impecablemente, por la conducta de sus proponentes.
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