Futuro y decadencia
Luis Linares Zapata
Las aguas de esta primavera parecen descobijar un pico donde las contradicciones se encaraman unas sobre otras. Por un lado se estrechan, hasta la ineficacia completa, las posibilidades de acción y conducción del gobierno federal, muy venido a menos. Lo lastra, además, un conjunto de otros muchos malos gobiernos en los estados fincados en cacicazgos torpes y cínicos. Las expectativas de ir hacia un desarrollo equitativo caen al fondo de la desesperanza colectiva. La promoción de una justicia expedita se aleja a punta de balazos y rampante corrupción de todo el aparato que debía promoverla. El ansiado bienestar para las mayorías se estrella frente a una economía estancada y un modelo de acumulación desmesurado que la desequilibra.
Por el otro costado, y desde debajo de los estratos sociales, se abren resquicios para intentar, desde ya, la reconstrucción de esta nación de los mexicanos ya tan maltratada. Son voces, miradas y movimientos que apuntan hacia el rompimiento del statu quo imperante y en pos de iniciar un largo, arduo recorrido transformador. Se deja sentir, las pasadas elecciones portan indicios prometedores, una movilización de energías humanas liberadas por ellas mismas. Se dibuja, con claridad suficiente, la tarea entrevista: la democratización urgente del Estado nacional, ahora atenazado por una plutocracia depredadora. Ambas tendencias, ésta y la apuntada arriba, se entrelazan, al menos por ahora, no sin desorden y mucho desconcierto. No hay vasos comunicantes efectivos que introduzcan algo más que destellos intermitentes. Los pocos contactos que aún resisten se separan y una caterva de interesados los manosean hasta difuminarlos. La canalla de siempre se esmera por confundir, armada de múltiples salidas, a los medios de comunicación al servicio de los mandones de mero arriba. Los hombres y mujeres de buena fe son relegados de los escenarios de alcance masivo. Los actores sociales, culturales y políticos emergentes son ninguneados con encono y desesperados intentos de soborno, de cooptación o cínica burla.
Las cúpulas partidarias se empeñan en una lucha sorda, soterrada pero ya bien conocida por trillada, para dirimir sus ambiciones de más poder individual o para formar sendas cofradías de conspiradores. El PAN, a pesar del férreo control que intenta el Sr. Calderón desde sus trincheras pinoleras, se mueve en direcciones varias. La del oficialismo panista es la principal. Trata de consolidar una incipiente figura que será apoyada por la inmensa cauda de recursos que posee y de otros muchos que se afana, con dádivas desmesuradas, por enfilar en su favor. Otras hacen eco de las posiciones más retrogradas de la extrema derecha, sin olvidar aquellas que intentan revivir a cierto aspirante, el más adelantado en las encuestas (Creel) ya vencido con anterioridad. En el PRI se enrosca un debate que mucho tiene de faramalla y otro tanto de superficialidad. Un grupo, de muy chiclosa conformación, apoya la candidatura de Peña Nieto aún cuando, a últimas fechas, su número y desplantes alegres han ido decreciendo de manera acelerada. La figura de este personaje, claveteada con poses televisivas, frases publicitarias sin contenido o apelando a lugares comunes, se apoya en el manejo de disponibles recursos financieros para acercarse simpatías. La realización de foros temáticos y artículos periodísticos trata, por ahora, de darle fondo a su imagen, de dudosa reciedumbre conceptual que la misma Televisa, en su enjundia difusiva, le ha creado de rebote. Los políticos, se puede llamar tradicionales del priísmo, no dejarán de moverse por propia cuenta y riesgo frente a la avanzada mayor, casi apabullante, del hombre del copete engominado. El lema central que los amparaba, predicando su atractivo popular, experiencia probada, mano sabia y firme va en picada. Se afianza, por lo demás, la seguridad de una restauración de lo viejo, de más de lo mismo ya tan rechazado con anterioridad a su impensable derrota. Quiénes y para qué quieren volver al Poder Ejecutivo federal es una cuestión que no encuentra asideros efectivos en el discurso priísta, las visiones de alcance que sean ciertas, y dignas de apoyo por el futuro electorado, ni siquiera se vislumbran en su repertorio.
En la izquierda se ha destapado todo un enjambre de predicciones que, con retorcido propósito, tratan de alertar sobre las divisiones tan inminentes como destructivas. Se discute, en los medios de comunicación, sobre las traiciones, las inconsecuencias, las desatadas ambiciones de AMLO para hacerse del poder. Lo quieren forzar a respetar las reglas del juego que, en lo íntimo de sus alegatos, le obligarían a doblegarse a los dictados de sus patrocinadores jefes y dictadores: la ensoberbecida plutocracia local y sus conexiones externas. Quieren, desde ya, que renuncie a su condición, por cierto irrebatible, de ser el único político mexicano que hace política de cara a la sociedad, sin titubeos ante el poder y lo correcto, en medio de la gente, con autoridad moral innegable aún para sus muchos denostadores gratuitos, encendidos como mecha empapada de rencor casi sagrado. Su convocatoria popular todavía le es negada, atribuida a financiación oscura. Su discurso, alegan, es demagógico, repetitivo, sin ver que, cada día, avanza en penetración de las conciencias más decididas, en asideros donde la gente se apoya y consuela. Un discurso que no se avergüenza de su calidad humana, compasiva con el dolor pero, sobre todo, comprometido con afirmar valores que han sido trastocados o de los cuales se huye por considerarlos románticos, anticuados, moralinos: como el amor al prójimo, sobre todo de ese amor para los muchos que han caído en desgracias y vejaciones múltiples.
El proyecto alternativo de nación que AMLO y el movimiento que lidera han lanzado al escrutinio y perfeccionamiento públicos es un instrumento privilegiado para la discusión y la apertura de rutas. Puede, sin duda, orientar y encauzar la acción ciudadana hacia un urgente, desesperado, renacer de la República. Contiene los aportes más avanzados, en México y en muchas otras partes del mundo, para plantear un modelo alterno, fincado en las necesidades del pueblo, con ánimos de grandeza y distinto al vigente del oficialismo, de inspiración neoliberal, que ha destrozado al país. La concentración del domingo pasado en el Zócalo es un antídoto contra la decadencia y desmoralización que se observa por todos lados y que el Sr. Calderón refleja en sus huidas, en el enanismo de su club de amigos y en los llamados al diálogo o las alianzas sin sentido ni relleno que lo salve. Es, como proclama el proyecto de nación recién lanzado, el momento propicio para iniciar los esfuerzos para salvar a México.
Por el otro costado, y desde debajo de los estratos sociales, se abren resquicios para intentar, desde ya, la reconstrucción de esta nación de los mexicanos ya tan maltratada. Son voces, miradas y movimientos que apuntan hacia el rompimiento del statu quo imperante y en pos de iniciar un largo, arduo recorrido transformador. Se deja sentir, las pasadas elecciones portan indicios prometedores, una movilización de energías humanas liberadas por ellas mismas. Se dibuja, con claridad suficiente, la tarea entrevista: la democratización urgente del Estado nacional, ahora atenazado por una plutocracia depredadora. Ambas tendencias, ésta y la apuntada arriba, se entrelazan, al menos por ahora, no sin desorden y mucho desconcierto. No hay vasos comunicantes efectivos que introduzcan algo más que destellos intermitentes. Los pocos contactos que aún resisten se separan y una caterva de interesados los manosean hasta difuminarlos. La canalla de siempre se esmera por confundir, armada de múltiples salidas, a los medios de comunicación al servicio de los mandones de mero arriba. Los hombres y mujeres de buena fe son relegados de los escenarios de alcance masivo. Los actores sociales, culturales y políticos emergentes son ninguneados con encono y desesperados intentos de soborno, de cooptación o cínica burla.
Las cúpulas partidarias se empeñan en una lucha sorda, soterrada pero ya bien conocida por trillada, para dirimir sus ambiciones de más poder individual o para formar sendas cofradías de conspiradores. El PAN, a pesar del férreo control que intenta el Sr. Calderón desde sus trincheras pinoleras, se mueve en direcciones varias. La del oficialismo panista es la principal. Trata de consolidar una incipiente figura que será apoyada por la inmensa cauda de recursos que posee y de otros muchos que se afana, con dádivas desmesuradas, por enfilar en su favor. Otras hacen eco de las posiciones más retrogradas de la extrema derecha, sin olvidar aquellas que intentan revivir a cierto aspirante, el más adelantado en las encuestas (Creel) ya vencido con anterioridad. En el PRI se enrosca un debate que mucho tiene de faramalla y otro tanto de superficialidad. Un grupo, de muy chiclosa conformación, apoya la candidatura de Peña Nieto aún cuando, a últimas fechas, su número y desplantes alegres han ido decreciendo de manera acelerada. La figura de este personaje, claveteada con poses televisivas, frases publicitarias sin contenido o apelando a lugares comunes, se apoya en el manejo de disponibles recursos financieros para acercarse simpatías. La realización de foros temáticos y artículos periodísticos trata, por ahora, de darle fondo a su imagen, de dudosa reciedumbre conceptual que la misma Televisa, en su enjundia difusiva, le ha creado de rebote. Los políticos, se puede llamar tradicionales del priísmo, no dejarán de moverse por propia cuenta y riesgo frente a la avanzada mayor, casi apabullante, del hombre del copete engominado. El lema central que los amparaba, predicando su atractivo popular, experiencia probada, mano sabia y firme va en picada. Se afianza, por lo demás, la seguridad de una restauración de lo viejo, de más de lo mismo ya tan rechazado con anterioridad a su impensable derrota. Quiénes y para qué quieren volver al Poder Ejecutivo federal es una cuestión que no encuentra asideros efectivos en el discurso priísta, las visiones de alcance que sean ciertas, y dignas de apoyo por el futuro electorado, ni siquiera se vislumbran en su repertorio.
En la izquierda se ha destapado todo un enjambre de predicciones que, con retorcido propósito, tratan de alertar sobre las divisiones tan inminentes como destructivas. Se discute, en los medios de comunicación, sobre las traiciones, las inconsecuencias, las desatadas ambiciones de AMLO para hacerse del poder. Lo quieren forzar a respetar las reglas del juego que, en lo íntimo de sus alegatos, le obligarían a doblegarse a los dictados de sus patrocinadores jefes y dictadores: la ensoberbecida plutocracia local y sus conexiones externas. Quieren, desde ya, que renuncie a su condición, por cierto irrebatible, de ser el único político mexicano que hace política de cara a la sociedad, sin titubeos ante el poder y lo correcto, en medio de la gente, con autoridad moral innegable aún para sus muchos denostadores gratuitos, encendidos como mecha empapada de rencor casi sagrado. Su convocatoria popular todavía le es negada, atribuida a financiación oscura. Su discurso, alegan, es demagógico, repetitivo, sin ver que, cada día, avanza en penetración de las conciencias más decididas, en asideros donde la gente se apoya y consuela. Un discurso que no se avergüenza de su calidad humana, compasiva con el dolor pero, sobre todo, comprometido con afirmar valores que han sido trastocados o de los cuales se huye por considerarlos románticos, anticuados, moralinos: como el amor al prójimo, sobre todo de ese amor para los muchos que han caído en desgracias y vejaciones múltiples.
El proyecto alternativo de nación que AMLO y el movimiento que lidera han lanzado al escrutinio y perfeccionamiento públicos es un instrumento privilegiado para la discusión y la apertura de rutas. Puede, sin duda, orientar y encauzar la acción ciudadana hacia un urgente, desesperado, renacer de la República. Contiene los aportes más avanzados, en México y en muchas otras partes del mundo, para plantear un modelo alterno, fincado en las necesidades del pueblo, con ánimos de grandeza y distinto al vigente del oficialismo, de inspiración neoliberal, que ha destrozado al país. La concentración del domingo pasado en el Zócalo es un antídoto contra la decadencia y desmoralización que se observa por todos lados y que el Sr. Calderón refleja en sus huidas, en el enanismo de su club de amigos y en los llamados al diálogo o las alianzas sin sentido ni relleno que lo salve. Es, como proclama el proyecto de nación recién lanzado, el momento propicio para iniciar los esfuerzos para salvar a México.
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