México SA
Vueltas a la noria: ¿hacia dónde va el país?
Política privatizadora, tres décadas después
Otro tonto inútil muerde el polvo
Política privatizadora, tres décadas después
Otro tonto inútil muerde el polvo
Carlos Fernández-Vega
Desde casi tres décadas atrás el grupo en el poder decidió, sin consultar a nadie, que por el bien de la República” todo, absolutamente todo, debía entregarse a la iniciativa privada. Así, garantizaba, el país saldría del hoyo y los mexicanos asegurarían un futuro venturoso. De forma apresurada se dio el “traslado” (resultó más papista que el Papa) y la economía mixta considerada en el texto constitucional quedó sepultada, junto con su 6 por ciento de crecimiento anual. En 30 años, pues, prácticamente todas las decisiones en la materia corresponden a esa iniciativa privada, que en los hechos no es otra que la mafia de los barones mexicanos y foráneos con su servicial aparato político-administrativo.
En tres décadas el saldo de la privatización a ultranza es terrible: entre otras gracias, desmantelamiento del aparato productivo del Estado; desindustrialización nacional; “crecimiento” promedio anual de 2 por ciento, a duras penas; decreciente generación de empleo formal, con informalidad boyante; desempleo al alza y acelerada expulsión de mano de obra; raquitismo salarial; constante caída del bienestar social y, por ende, avance de la pobreza y la miseria; inseguridad a borbotones y crimen organizado mejor organizado que nunca; transformación de la Presidencia de la República en gerencia de los barones, hinchados de ganancias, con el inquilino de Los Pinos en turno acatando sus directrices; erario y fisco al servicio de los magnates; un aparato de gobierno cada día más costoso e ineficiente; una iniciativa privada, la verdadera, entre la espada y la pared, con alta tasa de mortandad, y, en síntesis, el país más hundido que 30 años atrás, aderezado con impunidad plena y millones de discursos que reivindican el “vamos por el rumbo correcto”.
¡La privatización os hará libres!, se pregona en Los Pinos desde hace cinco gerentes de un gobierno que nunca tiene dinero ni disposición, salvo para subsidiar, rescatar y financiar al depredador México corporativo, que desde hace 30 años metió el acelerador y exprime impunemente a la nación, pero eso sí promete que te promete –sólo eso– crecimiento, desarrollo y bienestar para todos los mexicanos, aunque éstos se limiten a los empresarios Forbes, zonas circundantes y uno que otro politicastro. ¿Qué hacer con un grupúsculo de empresarios mandones –con su séquito político–, a quienes todo se ha entregado y que en tres décadas no han dado una en términos nacionales, pero, como en el juego de perinola, se ha quedado con absolutamente todo? Aunque la respuesta resulta más que obvia, ¿hacia dónde va este México estancado?, y, sobre todo, ¿cuánto más aguanta?
Treinta años y la nación sigue dando vueltas a la noria. Se privatizó la economía, se privatizó el gobierno, se privatizó la política. Todo es negocio… para unos cuantos. Desmoronado, el inquilino de Los Pinos en turno no (nunca) da pie con bola, pero está metido hasta el cuello en la sucesión presidencial dejando para mejor ocasión su responsabilidad constitucional (si es que algún día se enteró cuál era), no vaya a ser que se vea en la penosa necesidad de entregar los bártulos a la llamada oposición; los grupos de poder y los partidos políticos a su servicio adelantan dos años y medio los comicios de 2012 e invierten generosamente en sus delfines, como si la República estuviera en jauja y los mexicanos en la abundancia. Los dineros nacionales sólo alcanzan para ellos, sus negocios y sus prisas. Los demás, que se vayan al carajo. Como ya lo dijo el filósofo instalado en la Secretaría de Economía: “un buen gobierno es el que no estorba” (a los barones, desde luego, pero qué bien jode a todos los demás).
En eso de la privatización, De la Madrid, Salinas y Zedillo metieron el acelerador a fondo, y lo que no alcanzaron a “trasladar”, por concluir su respectivo plazo constitucional, terminó por hacerlo el “cambio” (Fox) con “continuidad” (Calderón). Cinco sexenios al hilo, en los que todo pasó a (una pocas) manos privadas: de la banca a los satélites; de la política a secas a la política económica y social; de los ingenios azucareros a las carreteras; de las aerolíneas a los ferrocarriles; de las minas a los ejidos; de la telefonía a la fibra óptica; de la televisión a la telefonía celular; del gas natural a la electricidad y buena parte del petróleo; de los refrescos al agua; de las siderúrgicas a las petroquímicas; de los fertilizantes al sistema Conasupo, y si algo no aparece en esta relación, no hay de qué preocuparse: los más seguro es que también se privatizó, o está a punto. Y allí está Slim, quien no tiene llenadera, pugnando por la apertura total del sector energético.
Por la privatización el Estado (léase los mexicanos) perdió hasta los calzones, como lo dispuso un grupúsculo que a cambio prometió un futuro venturoso para los mexicanos, que en los hechos ha sido un futuro de a 2 por ciento, en el mejor de los casos, contra fortunas particulares que se han incrementado 5 mil por ciento en igual periodo, especialmente aquellas que corresponden a quienes se quedaron con los bienes privatizados. También prometió un gobierno “no obeso” y “liberar” recursos públicos para fines sociales, y a la vuelta de la esquina el gobierno es igual de obeso que de ineficiente, mientras los dineros fluyen para unos cuantos.
¿Hacia dónde va el país?, porque 30 años después de la expoliación privatizadora está en el mismo punto de partida: sólida impunidad y corrupción, pero con mayor concentración del ingreso y la riqueza, carencias por doquier, enormes deficiencias y una deuda social de proporciones pantagruélicas. Y todavía Felipe Calderón promete que en el año 2040 la mexicana será una de las cuatro economías más poderosas del planeta, cuando ni siquiera puede con lo actual. Lo urgente y presente es la necesidad de superar tres décadas de estancamiento e inequidad, porque la liga no estira más.
Las rebanadas del pastel
¡Qué lástima! Otro tonto útil que devino en tonto inútil: Felipe Calderón renunció a Max El Timbiriche Cortázar, el tamborilero de Los Pinos. Pero, ¡oh felicidad!, en ese paraíso que es la “continuidad” siempre hay con que llenar. Así, el inquilino de Los Pinos decidió poner en esa plaza a Alejandra Sota Mirafuentes, encargada hasta el pasado viernes de “estrategia” y “mensaje” gubernamental. A ver cuánto dura.
cfvmexico_sa@hotmail.com • mexicosa@infinitum.com.mx
Desde casi tres décadas atrás el grupo en el poder decidió, sin consultar a nadie, que por el bien de la República” todo, absolutamente todo, debía entregarse a la iniciativa privada. Así, garantizaba, el país saldría del hoyo y los mexicanos asegurarían un futuro venturoso. De forma apresurada se dio el “traslado” (resultó más papista que el Papa) y la economía mixta considerada en el texto constitucional quedó sepultada, junto con su 6 por ciento de crecimiento anual. En 30 años, pues, prácticamente todas las decisiones en la materia corresponden a esa iniciativa privada, que en los hechos no es otra que la mafia de los barones mexicanos y foráneos con su servicial aparato político-administrativo.
En tres décadas el saldo de la privatización a ultranza es terrible: entre otras gracias, desmantelamiento del aparato productivo del Estado; desindustrialización nacional; “crecimiento” promedio anual de 2 por ciento, a duras penas; decreciente generación de empleo formal, con informalidad boyante; desempleo al alza y acelerada expulsión de mano de obra; raquitismo salarial; constante caída del bienestar social y, por ende, avance de la pobreza y la miseria; inseguridad a borbotones y crimen organizado mejor organizado que nunca; transformación de la Presidencia de la República en gerencia de los barones, hinchados de ganancias, con el inquilino de Los Pinos en turno acatando sus directrices; erario y fisco al servicio de los magnates; un aparato de gobierno cada día más costoso e ineficiente; una iniciativa privada, la verdadera, entre la espada y la pared, con alta tasa de mortandad, y, en síntesis, el país más hundido que 30 años atrás, aderezado con impunidad plena y millones de discursos que reivindican el “vamos por el rumbo correcto”.
¡La privatización os hará libres!, se pregona en Los Pinos desde hace cinco gerentes de un gobierno que nunca tiene dinero ni disposición, salvo para subsidiar, rescatar y financiar al depredador México corporativo, que desde hace 30 años metió el acelerador y exprime impunemente a la nación, pero eso sí promete que te promete –sólo eso– crecimiento, desarrollo y bienestar para todos los mexicanos, aunque éstos se limiten a los empresarios Forbes, zonas circundantes y uno que otro politicastro. ¿Qué hacer con un grupúsculo de empresarios mandones –con su séquito político–, a quienes todo se ha entregado y que en tres décadas no han dado una en términos nacionales, pero, como en el juego de perinola, se ha quedado con absolutamente todo? Aunque la respuesta resulta más que obvia, ¿hacia dónde va este México estancado?, y, sobre todo, ¿cuánto más aguanta?
Treinta años y la nación sigue dando vueltas a la noria. Se privatizó la economía, se privatizó el gobierno, se privatizó la política. Todo es negocio… para unos cuantos. Desmoronado, el inquilino de Los Pinos en turno no (nunca) da pie con bola, pero está metido hasta el cuello en la sucesión presidencial dejando para mejor ocasión su responsabilidad constitucional (si es que algún día se enteró cuál era), no vaya a ser que se vea en la penosa necesidad de entregar los bártulos a la llamada oposición; los grupos de poder y los partidos políticos a su servicio adelantan dos años y medio los comicios de 2012 e invierten generosamente en sus delfines, como si la República estuviera en jauja y los mexicanos en la abundancia. Los dineros nacionales sólo alcanzan para ellos, sus negocios y sus prisas. Los demás, que se vayan al carajo. Como ya lo dijo el filósofo instalado en la Secretaría de Economía: “un buen gobierno es el que no estorba” (a los barones, desde luego, pero qué bien jode a todos los demás).
En eso de la privatización, De la Madrid, Salinas y Zedillo metieron el acelerador a fondo, y lo que no alcanzaron a “trasladar”, por concluir su respectivo plazo constitucional, terminó por hacerlo el “cambio” (Fox) con “continuidad” (Calderón). Cinco sexenios al hilo, en los que todo pasó a (una pocas) manos privadas: de la banca a los satélites; de la política a secas a la política económica y social; de los ingenios azucareros a las carreteras; de las aerolíneas a los ferrocarriles; de las minas a los ejidos; de la telefonía a la fibra óptica; de la televisión a la telefonía celular; del gas natural a la electricidad y buena parte del petróleo; de los refrescos al agua; de las siderúrgicas a las petroquímicas; de los fertilizantes al sistema Conasupo, y si algo no aparece en esta relación, no hay de qué preocuparse: los más seguro es que también se privatizó, o está a punto. Y allí está Slim, quien no tiene llenadera, pugnando por la apertura total del sector energético.
Por la privatización el Estado (léase los mexicanos) perdió hasta los calzones, como lo dispuso un grupúsculo que a cambio prometió un futuro venturoso para los mexicanos, que en los hechos ha sido un futuro de a 2 por ciento, en el mejor de los casos, contra fortunas particulares que se han incrementado 5 mil por ciento en igual periodo, especialmente aquellas que corresponden a quienes se quedaron con los bienes privatizados. También prometió un gobierno “no obeso” y “liberar” recursos públicos para fines sociales, y a la vuelta de la esquina el gobierno es igual de obeso que de ineficiente, mientras los dineros fluyen para unos cuantos.
¿Hacia dónde va el país?, porque 30 años después de la expoliación privatizadora está en el mismo punto de partida: sólida impunidad y corrupción, pero con mayor concentración del ingreso y la riqueza, carencias por doquier, enormes deficiencias y una deuda social de proporciones pantagruélicas. Y todavía Felipe Calderón promete que en el año 2040 la mexicana será una de las cuatro economías más poderosas del planeta, cuando ni siquiera puede con lo actual. Lo urgente y presente es la necesidad de superar tres décadas de estancamiento e inequidad, porque la liga no estira más.
Las rebanadas del pastel
¡Qué lástima! Otro tonto útil que devino en tonto inútil: Felipe Calderón renunció a Max El Timbiriche Cortázar, el tamborilero de Los Pinos. Pero, ¡oh felicidad!, en ese paraíso que es la “continuidad” siempre hay con que llenar. Así, el inquilino de Los Pinos decidió poner en esa plaza a Alejandra Sota Mirafuentes, encargada hasta el pasado viernes de “estrategia” y “mensaje” gubernamental. A ver cuánto dura.
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