El despertar
Crónica de un triunfo (precoz) anunciado
José Agustín Ortiz Pinchetti
Supimos con mucha anticipación que la asamblea del 25 de julio sería un éxito. La lista de camiones empezó a subir en forma exponencial. Era evidente que la gente refrendaba su voluntad de participar. En Puebla, un estado muy conservador con 81 años de control priísta (que ha elegido a un gobernador priísta, aunque se pinte de otro color), las demandas se duplicaron hasta llegar a más de 220, lo que rebasó nuestra capacidad de respuesta. Lo mismo empezó a pasar en el resto de la República.
El día de la convención, nubes de tormenta nos amenazaban, había llovido desde la madrugada. Pero no llovió una gota; Tláloc respetó a la democracia. Lo acostumbrado: el entusiasmo. Lo novedoso: el número y la organización. Los cálculos de 150 mil se rebasaron claramente; además se notaba un cambio, la gente acudía organizada. Estaban representados gran parte de los 11 mil comités que se han formado en toda la República.
Los voceros de los 32 estados dieron sus microinformes. Un mosaico de participación colectiva insólita. Algunos echaron “rollos”, pero la mayoría dio un informe veraz y compacto de lo que ha evolucionado el movimiento en su estado. Los discursos que siguieron fueron recibidos con impaciencia por la multitud. Los tres, el de Enrique González Pedrero, de Elena Poniatowska y el de Armando Bartra, fueron espléndidos. Elena recreó los vínculos entre la cultura de la política con la sensibilidad de una escritora eminente. El de Bartra nos impresionó por su capacidad de síntesis. González Pedrero, en unas cuantas líneas, integró la tradición de lucha por una nación mejor con la propuesta fundamental: organizarse.
El mensaje de Andrés Manuel fue precedido por su declaración de que el movimiento y él iban por la Presidencia de la República. Sacudió eléctricamente a la multitud y tuvo un periodo final luminoso. No sólo se refirió a la recuperación de los valores éticos, ante gente que padece hambre y sed de decencia, una voluntad para impedir que México siga corrompiéndose y degradándose.
El alma de su discurso teñida de espiritualismo cristiano pudo parecer desconcertante para políticos convencionales de la izquierda, pero resonó claramente en la conciencia de todos.
jaorpin@hotmail.com
El día de la convención, nubes de tormenta nos amenazaban, había llovido desde la madrugada. Pero no llovió una gota; Tláloc respetó a la democracia. Lo acostumbrado: el entusiasmo. Lo novedoso: el número y la organización. Los cálculos de 150 mil se rebasaron claramente; además se notaba un cambio, la gente acudía organizada. Estaban representados gran parte de los 11 mil comités que se han formado en toda la República.
Los voceros de los 32 estados dieron sus microinformes. Un mosaico de participación colectiva insólita. Algunos echaron “rollos”, pero la mayoría dio un informe veraz y compacto de lo que ha evolucionado el movimiento en su estado. Los discursos que siguieron fueron recibidos con impaciencia por la multitud. Los tres, el de Enrique González Pedrero, de Elena Poniatowska y el de Armando Bartra, fueron espléndidos. Elena recreó los vínculos entre la cultura de la política con la sensibilidad de una escritora eminente. El de Bartra nos impresionó por su capacidad de síntesis. González Pedrero, en unas cuantas líneas, integró la tradición de lucha por una nación mejor con la propuesta fundamental: organizarse.
El mensaje de Andrés Manuel fue precedido por su declaración de que el movimiento y él iban por la Presidencia de la República. Sacudió eléctricamente a la multitud y tuvo un periodo final luminoso. No sólo se refirió a la recuperación de los valores éticos, ante gente que padece hambre y sed de decencia, una voluntad para impedir que México siga corrompiéndose y degradándose.
El alma de su discurso teñida de espiritualismo cristiano pudo parecer desconcertante para políticos convencionales de la izquierda, pero resonó claramente en la conciencia de todos.
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