Discordancias en las cúpulas
Luis Linares Zapata
El señor Calderón se tardó mucho tiempo en reaccionar al ninguneo y al abandono impuesto por la plutocracia todopoderosa que rige las decisiones del país. La confianza en su capacidad como gobernante entró, desde el inicio del periodo actual, en una continua y marcada tendencia declinante. Las debilidades estructurales de su partido, el gabinete tapizado de gente menor, el cúmulo incontable de yerros y promesas contrariadas, aunadas a sus propias heridas en la legitimidad de origen, no le permitieron una visión adecuada de las graves circunstancias de su imagen y posibilidades. Cuando por fin se dio cuenta del menosprecio que le recetaron los integrantes de la plutocracia, a él y a su partido, reaccionó con coraje, conjuntó fuerzas y se lanzó al combate para recuperar el honor extraviado.
Todo indica que el señor Calderón se ha rebelado contra las penosas modalidades que le fueron asignadas por los mismos que lo auparon a la silla presidencial. No aceptó que los poderosos decretaran su destierro del cuarto decisorio a la hora de las designaciones mayores para 2012. De esta peleonera manera, la discordancia se aparece ahora como una ruptura con visos de cisma cupular. Las nebulosidades que le seguirán nada bueno auguran para la tranquilidad y la marcha cívica del país.
Por lo pronto, Calderón se ha venido pertrechando para el combate ya en marcha. Su principal preocupación se ha dirigido hacia el control del aparato mediático del país. Los recursos del gobierno federal usados de manera facciosa son vastos y el señor Calderón lo sabe por su propia experiencia de candidato inflado. Fox, en su gustoso rol de general de campaña, además de invertir algo más de 3 mil millones de pesos en propaganda directa en su favor, regaló bancos y empresas por doquier, perdonó trapacerías de empresarios abusivos y presionó con descaro al Poder Judicial para lograr su propósito de impedir, haiga sido como haiga sido, que la izquierda (AMLO) ocupara el puesto ganado en las urnas. De similar manera, a pesar de los distintos tiempos, el señor Calderón incide en el factible control de los medios para asegurarse una posición de fuerza en la contienda venidera. La fibra óptica a precios de ganga, las subastas amañadas del espectro radioeléctrico y la captura del Canal 11 son palancas usables para lanzar a su delfín (Hacienda) y competir con las que cree posibilidades de éxito.
Lugar aparte merecen otros andares de Calderón con vistas a 2012. Las alianzas logradas durante 2010 fueron punto medular. Al procrearlas cortó, de tajo, la cargada hacia el PRI y, en especial, hacia el preferido (EPN) de los poderes que han conculcado los pocos mandones. Una clara señal de la disputa desatada por sus afanes de continuidad grupal y panista. Ha cerrado filas al interior de su partido y se dispone a expulsar a los disidentes molestos (Espino) aun a costa de quiebres y malestares varios. Ha subido al carro de las coincidencias y los respaldos a múltiples actores del mundo del oficialismo. Los diálogos para la seguridad eso han significado para el mundillo centralizado, redundante y mediático. Calderón, se afirma y reafirma por difusores afines, logró sumar a políticos, comentaristas, académicos, críticos orgánicos, burócratas partidistas (especialmente del PRD) y demás faramalla del oficialismo, a su muy personal guerra contra el narco. La versión más aguerrida y militarizada ha quedado asentada como una necesidad que, por ahora, debe incluir algunos pequeños ajustes obligados por los retobos escuchados en los monólogos que le soltaron a bocajarro. El mismo candidato modelo (Peña Nieto) fue hasta Washington a decir a los americanos que él la respalda, tal y como ahora se lleva a cabo la guerra, y que así debe continuar. Cumplió, de esta sobada manera, una visita programada por sus muchos asesores a una muy acariciada meca de peregrinación que le acarreará, esperan confiados, las simpatías de la casa imperial.
Hay necesidad de recordar que la tendencia reinante, impresa casi desde el inicio del presente sexenio por aquellos que controlan el aparato de comunicación privada, quedó impregnada de priísmo. Se lanzó, con todo el bombo y la intensidad de medios debida, al retoño estelar: Enrique Peña Nieto. El retorno del PRI a Los Pinos se labró con esmero durante varios años, los últimos tres con seguridad. La sociedad, al menos esa que aparece en sondeos telefónicos instantáneos, se fue arrellanando a la idea de un regreso factible, sino es que inevitable del priísmo más añejo. Todo era fiesta y regocijo en la burocracia priísta de elite. Las seguridades que se le incrustaron a su espíritu de cuerpo crecieron hasta llegar a hinchazones peligrosas para su salud partidaria. Todo estaba al alcance de sus amplias facultades, de su experiencia y dominio del escenario tanto ejecutivo como electoral. Aseguraron, con voz resonante y colectiva, que la voluntad ciudadana, sin duda alguna, les favorecería en las urnas intermedias. Las elecciones de 2009 confirmarían, con creces, pronósticos y deseos posteriores. El augurio del coro difusor fue terminal: lo que seguiría en 2010 como en 2011 sólo serían consecuencias derivadas y una escala hacia el sitial ansiado de 2012.
Las insurgencias populares de Oaxaca, Puebla y, en menor escala, de Hidalgo frente al mal gobierno de priístas de pura cepa, puso varias cosas en su lugar. La división partidaria de Sinaloa cerró el cuadro de sus pérdidas más sentidas pero, en el fondo y en este caso, parecen bastante recuperables para los intereses de sus varias facciones. El escenario resultante, en efecto, cambió todo el entramado tan penosamente levantado y las expectativas se hundieron en terrible confusión. La alharaca desatada por el oficialismo y los muchos coadyuvantes interesados puso el acento en el alegado triunfo de las alianzas partidistas. Dichas alianzas, las del PAN con las burocracias partidarias de la izquierda, han desembocado, según cuenta la narrativa del realismo mediático, objetivo y desinteresado, en la recuperación del poder por el ocupante de Los Pinos.
Poco falta para completar el cuadro donde Calderón, su partido y, en especial, su prohijado delfín, aparezcan en triunfal escena. La reacción de la plutocracia ante quienes le han manoseado su proyecto de continuidad empezará a tomar forma y las represalias serán crueles. Un proyecto que ha sido y, sin duda, será contrariado tanto desde el interior del PRI como por la revuelta panista ya mencionada pende de hilos delgados. Un simple y concertable desacuerdo de palacio, no más que eso.
Todo indica que el señor Calderón se ha rebelado contra las penosas modalidades que le fueron asignadas por los mismos que lo auparon a la silla presidencial. No aceptó que los poderosos decretaran su destierro del cuarto decisorio a la hora de las designaciones mayores para 2012. De esta peleonera manera, la discordancia se aparece ahora como una ruptura con visos de cisma cupular. Las nebulosidades que le seguirán nada bueno auguran para la tranquilidad y la marcha cívica del país.
Por lo pronto, Calderón se ha venido pertrechando para el combate ya en marcha. Su principal preocupación se ha dirigido hacia el control del aparato mediático del país. Los recursos del gobierno federal usados de manera facciosa son vastos y el señor Calderón lo sabe por su propia experiencia de candidato inflado. Fox, en su gustoso rol de general de campaña, además de invertir algo más de 3 mil millones de pesos en propaganda directa en su favor, regaló bancos y empresas por doquier, perdonó trapacerías de empresarios abusivos y presionó con descaro al Poder Judicial para lograr su propósito de impedir, haiga sido como haiga sido, que la izquierda (AMLO) ocupara el puesto ganado en las urnas. De similar manera, a pesar de los distintos tiempos, el señor Calderón incide en el factible control de los medios para asegurarse una posición de fuerza en la contienda venidera. La fibra óptica a precios de ganga, las subastas amañadas del espectro radioeléctrico y la captura del Canal 11 son palancas usables para lanzar a su delfín (Hacienda) y competir con las que cree posibilidades de éxito.
Lugar aparte merecen otros andares de Calderón con vistas a 2012. Las alianzas logradas durante 2010 fueron punto medular. Al procrearlas cortó, de tajo, la cargada hacia el PRI y, en especial, hacia el preferido (EPN) de los poderes que han conculcado los pocos mandones. Una clara señal de la disputa desatada por sus afanes de continuidad grupal y panista. Ha cerrado filas al interior de su partido y se dispone a expulsar a los disidentes molestos (Espino) aun a costa de quiebres y malestares varios. Ha subido al carro de las coincidencias y los respaldos a múltiples actores del mundo del oficialismo. Los diálogos para la seguridad eso han significado para el mundillo centralizado, redundante y mediático. Calderón, se afirma y reafirma por difusores afines, logró sumar a políticos, comentaristas, académicos, críticos orgánicos, burócratas partidistas (especialmente del PRD) y demás faramalla del oficialismo, a su muy personal guerra contra el narco. La versión más aguerrida y militarizada ha quedado asentada como una necesidad que, por ahora, debe incluir algunos pequeños ajustes obligados por los retobos escuchados en los monólogos que le soltaron a bocajarro. El mismo candidato modelo (Peña Nieto) fue hasta Washington a decir a los americanos que él la respalda, tal y como ahora se lleva a cabo la guerra, y que así debe continuar. Cumplió, de esta sobada manera, una visita programada por sus muchos asesores a una muy acariciada meca de peregrinación que le acarreará, esperan confiados, las simpatías de la casa imperial.
Hay necesidad de recordar que la tendencia reinante, impresa casi desde el inicio del presente sexenio por aquellos que controlan el aparato de comunicación privada, quedó impregnada de priísmo. Se lanzó, con todo el bombo y la intensidad de medios debida, al retoño estelar: Enrique Peña Nieto. El retorno del PRI a Los Pinos se labró con esmero durante varios años, los últimos tres con seguridad. La sociedad, al menos esa que aparece en sondeos telefónicos instantáneos, se fue arrellanando a la idea de un regreso factible, sino es que inevitable del priísmo más añejo. Todo era fiesta y regocijo en la burocracia priísta de elite. Las seguridades que se le incrustaron a su espíritu de cuerpo crecieron hasta llegar a hinchazones peligrosas para su salud partidaria. Todo estaba al alcance de sus amplias facultades, de su experiencia y dominio del escenario tanto ejecutivo como electoral. Aseguraron, con voz resonante y colectiva, que la voluntad ciudadana, sin duda alguna, les favorecería en las urnas intermedias. Las elecciones de 2009 confirmarían, con creces, pronósticos y deseos posteriores. El augurio del coro difusor fue terminal: lo que seguiría en 2010 como en 2011 sólo serían consecuencias derivadas y una escala hacia el sitial ansiado de 2012.
Las insurgencias populares de Oaxaca, Puebla y, en menor escala, de Hidalgo frente al mal gobierno de priístas de pura cepa, puso varias cosas en su lugar. La división partidaria de Sinaloa cerró el cuadro de sus pérdidas más sentidas pero, en el fondo y en este caso, parecen bastante recuperables para los intereses de sus varias facciones. El escenario resultante, en efecto, cambió todo el entramado tan penosamente levantado y las expectativas se hundieron en terrible confusión. La alharaca desatada por el oficialismo y los muchos coadyuvantes interesados puso el acento en el alegado triunfo de las alianzas partidistas. Dichas alianzas, las del PAN con las burocracias partidarias de la izquierda, han desembocado, según cuenta la narrativa del realismo mediático, objetivo y desinteresado, en la recuperación del poder por el ocupante de Los Pinos.
Poco falta para completar el cuadro donde Calderón, su partido y, en especial, su prohijado delfín, aparezcan en triunfal escena. La reacción de la plutocracia ante quienes le han manoseado su proyecto de continuidad empezará a tomar forma y las represalias serán crueles. Un proyecto que ha sido y, sin duda, será contrariado tanto desde el interior del PRI como por la revuelta panista ya mencionada pende de hilos delgados. Un simple y concertable desacuerdo de palacio, no más que eso.
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