México SA
¡Qué alivio!
No todo se perdió
Reyes y príncipes
No todo se perdió
Reyes y príncipes
Carlos Fernández-Vega
Con motivo de la feroz crisis económica que vive el país, los catastrofistas (Los Pinos dixit) han dicho que el producto interno bruto se hundió, que el gobierno calderonista no da una, que muchas empresas cerraron y las que permanecen en pie enfrentan enormes dificultades para seguir adelante, que miles y miles de mexicanos se incorporaron al ejército de desempleados, que la pobreza avanza a galope y que, en fin, los mexicanos perdieron una buena parte de lo poco que tenían y los indicadores de bienestar retrocedieron un lustro. Pero no es así.
Qué alivio saber que no todo se perdió, que no a todos se los llevó el payaso, que la crisis no arrasó con todos. Por el contrario, los depauperados mexicanos ya pueden presumir y gritar a los cuatro vientos que un paisano, orgullosamente hay que decirlo, ocupa la primera posición mundial en lo que a fortuna personal se refiere, y que cuando menos a otros ocho les fue de maravilla a lo largo y ancho del “catarrito”; que de los cerca de 65 mil millones de dólares que en términos monetarios costó el hundimiento del PIB en 2009 (sin considerar el terrible impacto en la planta productiva y el elevadísimo sacrificio social), poco más de 35 mil millones se quedaron en manos de esa fabulosa novena de magnates autóctonos que nunca pierde, y menos en tiempos de vacas escuálidas.
¡Qué alivio! Ahora esos catastrofistas que lamentan profundamente la pérdida masiva de empleo, la más reciente camada de pobres en el país (cerca de 6 millones de mexicanos reconocidos por el Coneval en 2008, más 4.5 millones contabilizados por el Banco Mundial en 2009) resultante de la exitosa política calderonista de “para vivir mejor”, el profundo deterioro de la planta productiva nacional y demás signos ominosos de un gobierno que no funciona –ni le interesa– y de un modelo económico marca apartheid, deben reconocer que estaban equivocados, que lo importante es conocer que esos nueve brillantes mexicanos incrementaron 64 por ciento, en conjunto, sus de por sí abultadas fortunas.
¡Qué alivio! No importa que millones mordieran el polvo. Lo relevante es que, producto de la vil concentración del ingreso en el país y de las prácticas monopólicas permitidas, protegidas y estimuladas por y desde el gobierno, esa novena de próceres de la iniciativa privada concentre casi 10 por ciento del producto interno bruto en un país que registró la peor crisis económica en ocho décadas, y en el que la mitad de su población sobrevive en la miseria y el desempleo. Son los nueve zares de los monopolios y oligopolios que generosamente les ha procurado el mismo gobierno con sus cinco gerentes consecutivos en Los Pinos.
¡Qué alivio!, en fin, saber que aunque millones se fueron al carajo, nueve magnates no sólo la libraron, sino que vieron crecer sus fortunas 64 por ciento en sólo 12 meses, justo los de la parte más aguda de la crisis. Noventa mil 300 millones de dólares (poco más de un billón de pesos) en nueve empresarios, aunque, justo es apuntarlo, sólo uno, Carlos Slim, se queda con casi 60 por ciento de ese grueso pastel.
Dos décadas atrás (cuando por primera vez lo incorporaron al inventario de súper ricos en el planeta, marca Forbes) Carlos Slim apareció relacionado con mil 600 millones de dólares. Al cierre de 2009, esa fortuna había crecido a 53 mil 500 millones, un modesto incremento cercano a 3 mil 300 por ciento. Para dar un punto de comparación, en ese mismo lapso la inflación (cifras del banco de México) creció 626.15 por ciento y el salario mínimo 404 por ciento.
Este mismo personaje arrancó la época de gobiernos panistas (diciembre de 2000) con una fortuna de 10 mil 800 millones de dólares, y en ese entonces ocupó el escalón número 25 entre los ricos más ricos del mundo; nueve años después esa fortuna se había incrementado a 53 mil 500 millones de dólares y se colocó en la primera posición mundial en lo que a fortunas personales se refiere. Casi 500 por ciento en el periodo. ¡Felicidades!, especialmente cuando se sabe que en igual lapso la economía mexicana “creció” a un ritmo anual promedio de 1.2 por ciento. Cierto es que Slim es el más aparatoso, pero no el único.
En efecto, de la nada surgió Ricardo Salinas Pliego, ayer vendedor de licuadoras en abonos y hoy, por obra y gracia de Carlos Salinas de Gortari, príncipe de la televisión en México (el rey es Emilio) y segundo hombre más rico del país. Tras la privatización del Imevisión en 1993 –con todo y “préstamos” de fecundos “hombres de negocios”, como Raúl Salinas de Gortari–, en 1995 el rey de los abonos chiquitos y los intereses de usura por primera vez apareció en Forbes, con mil 200 millones de dólares, en el escalón número 13 entre los mexicanos ricos entre los ricos. Para el reporte 2010 (con cifras al cierre de 2009) este personaje, que aún vende licuadoras, aparece con 10 mil 100 millones de billetes verdes y como segundo al bate, un incremento en sus haberes mayor a 800 por ciento.
En febrero de 2006 Germán Larrea argumentó que no podía destinar dinero para recuperar los cuerpos de los 63 mineros muertos en la explosión de Pasta de Conchos, porque resultaba “muy caro”. En aquel año el zar del cobre (título también cortesía del gobierno salinista, quien a este personaje “vendió” Minera de Cananea) Forbes no consideró al hijo de El Azote entre los mexicanos más ricos entre los ricos (lo que no quiere decir que fuera pobre), pero en el reciente inventario de magnates autóctonos aparece en el tercer lugar, con 9 mil 700 millones de dólares, de tal suerte que ya no tiene pretexto para no atender los reclamos de los deudos.
Después aparece el zar de la plata, “totalmente Palacio” (de Hierro), Alberto Bailleres, con 8 mil 300 millones de dólares; le sigue Jerónimo Arango, ex dueño, junto con sus hermanos, de Aurrerá, aquella exitosa cadena de supermercados que hoy es propiedad de Wal-Mart, la explotadora de mano de obra infantil por excelencia; un escalón abajo registran al rey de la televisión en México (el príncipe es Ricardo), Emilio Azcárraga Jean, con mil 500 millones de billetes verdes (cuando Calderón se sentó en Los Pinos tenía 2 mil 100 millones); enseguida el hombre que más aporta al fisco mexicano, Roberto Hernández Ramírez, con sus mil 200 millones, y finalmente comparten posición dos personajes de los negocios, cada quien en su ramo: Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, y Alfredo Harp Helú, con mil millones cada uno.
¡Qué alivio!, pues.
Las rebanadas del pastel
Cuando el sexenio calderonista arrancó (si alguna vez lo hizo), la fortuna acumulada de los mexicanos ricos entre los ricos (sin El Chapo) sumó 74 mil 100 millones de dólares; tres años y una espectacular crisis después asciende a 90 mil 300 millones, un incremento de 22 por ciento. Tal vez de allí la idea del inquilino de Los Pinos de que “lo peor ya pasó”.
cfvmexico_sa@hotmail.com - mexicosa@infinitum.com.mx
Con motivo de la feroz crisis económica que vive el país, los catastrofistas (Los Pinos dixit) han dicho que el producto interno bruto se hundió, que el gobierno calderonista no da una, que muchas empresas cerraron y las que permanecen en pie enfrentan enormes dificultades para seguir adelante, que miles y miles de mexicanos se incorporaron al ejército de desempleados, que la pobreza avanza a galope y que, en fin, los mexicanos perdieron una buena parte de lo poco que tenían y los indicadores de bienestar retrocedieron un lustro. Pero no es así.
Qué alivio saber que no todo se perdió, que no a todos se los llevó el payaso, que la crisis no arrasó con todos. Por el contrario, los depauperados mexicanos ya pueden presumir y gritar a los cuatro vientos que un paisano, orgullosamente hay que decirlo, ocupa la primera posición mundial en lo que a fortuna personal se refiere, y que cuando menos a otros ocho les fue de maravilla a lo largo y ancho del “catarrito”; que de los cerca de 65 mil millones de dólares que en términos monetarios costó el hundimiento del PIB en 2009 (sin considerar el terrible impacto en la planta productiva y el elevadísimo sacrificio social), poco más de 35 mil millones se quedaron en manos de esa fabulosa novena de magnates autóctonos que nunca pierde, y menos en tiempos de vacas escuálidas.
¡Qué alivio! Ahora esos catastrofistas que lamentan profundamente la pérdida masiva de empleo, la más reciente camada de pobres en el país (cerca de 6 millones de mexicanos reconocidos por el Coneval en 2008, más 4.5 millones contabilizados por el Banco Mundial en 2009) resultante de la exitosa política calderonista de “para vivir mejor”, el profundo deterioro de la planta productiva nacional y demás signos ominosos de un gobierno que no funciona –ni le interesa– y de un modelo económico marca apartheid, deben reconocer que estaban equivocados, que lo importante es conocer que esos nueve brillantes mexicanos incrementaron 64 por ciento, en conjunto, sus de por sí abultadas fortunas.
¡Qué alivio! No importa que millones mordieran el polvo. Lo relevante es que, producto de la vil concentración del ingreso en el país y de las prácticas monopólicas permitidas, protegidas y estimuladas por y desde el gobierno, esa novena de próceres de la iniciativa privada concentre casi 10 por ciento del producto interno bruto en un país que registró la peor crisis económica en ocho décadas, y en el que la mitad de su población sobrevive en la miseria y el desempleo. Son los nueve zares de los monopolios y oligopolios que generosamente les ha procurado el mismo gobierno con sus cinco gerentes consecutivos en Los Pinos.
¡Qué alivio!, en fin, saber que aunque millones se fueron al carajo, nueve magnates no sólo la libraron, sino que vieron crecer sus fortunas 64 por ciento en sólo 12 meses, justo los de la parte más aguda de la crisis. Noventa mil 300 millones de dólares (poco más de un billón de pesos) en nueve empresarios, aunque, justo es apuntarlo, sólo uno, Carlos Slim, se queda con casi 60 por ciento de ese grueso pastel.
Dos décadas atrás (cuando por primera vez lo incorporaron al inventario de súper ricos en el planeta, marca Forbes) Carlos Slim apareció relacionado con mil 600 millones de dólares. Al cierre de 2009, esa fortuna había crecido a 53 mil 500 millones, un modesto incremento cercano a 3 mil 300 por ciento. Para dar un punto de comparación, en ese mismo lapso la inflación (cifras del banco de México) creció 626.15 por ciento y el salario mínimo 404 por ciento.
Este mismo personaje arrancó la época de gobiernos panistas (diciembre de 2000) con una fortuna de 10 mil 800 millones de dólares, y en ese entonces ocupó el escalón número 25 entre los ricos más ricos del mundo; nueve años después esa fortuna se había incrementado a 53 mil 500 millones de dólares y se colocó en la primera posición mundial en lo que a fortunas personales se refiere. Casi 500 por ciento en el periodo. ¡Felicidades!, especialmente cuando se sabe que en igual lapso la economía mexicana “creció” a un ritmo anual promedio de 1.2 por ciento. Cierto es que Slim es el más aparatoso, pero no el único.
En efecto, de la nada surgió Ricardo Salinas Pliego, ayer vendedor de licuadoras en abonos y hoy, por obra y gracia de Carlos Salinas de Gortari, príncipe de la televisión en México (el rey es Emilio) y segundo hombre más rico del país. Tras la privatización del Imevisión en 1993 –con todo y “préstamos” de fecundos “hombres de negocios”, como Raúl Salinas de Gortari–, en 1995 el rey de los abonos chiquitos y los intereses de usura por primera vez apareció en Forbes, con mil 200 millones de dólares, en el escalón número 13 entre los mexicanos ricos entre los ricos. Para el reporte 2010 (con cifras al cierre de 2009) este personaje, que aún vende licuadoras, aparece con 10 mil 100 millones de billetes verdes y como segundo al bate, un incremento en sus haberes mayor a 800 por ciento.
En febrero de 2006 Germán Larrea argumentó que no podía destinar dinero para recuperar los cuerpos de los 63 mineros muertos en la explosión de Pasta de Conchos, porque resultaba “muy caro”. En aquel año el zar del cobre (título también cortesía del gobierno salinista, quien a este personaje “vendió” Minera de Cananea) Forbes no consideró al hijo de El Azote entre los mexicanos más ricos entre los ricos (lo que no quiere decir que fuera pobre), pero en el reciente inventario de magnates autóctonos aparece en el tercer lugar, con 9 mil 700 millones de dólares, de tal suerte que ya no tiene pretexto para no atender los reclamos de los deudos.
Después aparece el zar de la plata, “totalmente Palacio” (de Hierro), Alberto Bailleres, con 8 mil 300 millones de dólares; le sigue Jerónimo Arango, ex dueño, junto con sus hermanos, de Aurrerá, aquella exitosa cadena de supermercados que hoy es propiedad de Wal-Mart, la explotadora de mano de obra infantil por excelencia; un escalón abajo registran al rey de la televisión en México (el príncipe es Ricardo), Emilio Azcárraga Jean, con mil 500 millones de billetes verdes (cuando Calderón se sentó en Los Pinos tenía 2 mil 100 millones); enseguida el hombre que más aporta al fisco mexicano, Roberto Hernández Ramírez, con sus mil 200 millones, y finalmente comparten posición dos personajes de los negocios, cada quien en su ramo: Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, y Alfredo Harp Helú, con mil millones cada uno.
¡Qué alivio!, pues.
Las rebanadas del pastel
Cuando el sexenio calderonista arrancó (si alguna vez lo hizo), la fortuna acumulada de los mexicanos ricos entre los ricos (sin El Chapo) sumó 74 mil 100 millones de dólares; tres años y una espectacular crisis después asciende a 90 mil 300 millones, un incremento de 22 por ciento. Tal vez de allí la idea del inquilino de Los Pinos de que “lo peor ya pasó”.
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