A la Mitad del Foro
León García Soler
■ Vejigas para nadar
Ahora podrá el ingeniero Ruiz Mateos prevenir lo que ya sucedió. El presidente Calderón anuncia que no necesitamos vejigas para nadar; que lo ahorrado a lo largo de cinco lustros y con gran sacrificio de los mexicanos, es algo más que balanza de alquimista para que Paco Gil y sus discípulos presuman de brujos del equilibrio, déficit cero, crecimiento nulo y empleo negativo para que cuadren las cuentas y sea sólido el monolito de nuestra economía. Entre los guardaditos de la locura del método hay algunos miles de millones del petróleo que permitirán al gobierno calderonista empezar de inmediato la construcción de una refinería. Hace 30 años que no construimos una, dijo orgullosamente Felipe Calderón. El mismo cuya iniciativa de reformas aseguraba que necesitábamos capital y tecnologías del extranjero para hacer refinerías y dejar de importar gasolinas.
“Miren lo que me encontré”- Eso y otros miles de millones para obras de infraestructura que reactivan la economía, requieren insumos de la industria nacional y, sobre todo, generan gran número de empleos directos. ¡Caray! Menos mal que antes de hundirnos por tercera vez, alguien le arrojó al titular del Poder Ejecutivo un mensaje encontrado en una botella: en tiempos de recesión hay que gastar, hay que invertir. Los recortes al gasto y los ahorros de la parálisis por miedo a la inflación; el dejar hacer, dejar pasar son contraindicados; los inversionistas sacan su dinero de la bolsa, los bancos no pueden dar crédito y del pasmo se pasa a la parálisis. Acierta el gobierno y atina Felipe Calderón al decir en voz alta, en el ágora electrónica, que hay políticas económicas “anticíclicas”. Y que se deben aplicar, aunque los oligarcas apoyen a los que en pleno naufragio aconsejan nadar de muertito.
Felipe Calderón vio la luz al final del túnel. No es el tren del capital extranjero para asociarse con Pemex. Y la recesión es larga y oscura. Los ricos tardarán años en recuperarse; nosotros tenemos 50 millones de mexicanos en pobreza extrema. Y la recesión prolonga los 25 años de crisis recurrentes que padecemos. Crisis de las clases dirigentes, de la persistencia del antiguo régimen de rentistas; ayer, aristocracia pulquera; hoy, oligarquía rastacuechera; devoradores de verdes billetes, capaces de consumir en una hora los seis mil millones de dólares que puso a la venta el Banco de México para detener la caída del peso y eludir la maldición del presidencialismo ilustrado: “Presidente que devalúa, se devalúa”.
Hay luz al final del túnel. Pero se ve feo pa’dentro, dicen los campiranos. Los partidos de la pluralidad coincidieron en que las propuestas de Felipe Calderón son adecuadas, son positivas. “Es la economía, estúpido”, dice el vigente lema de campaña de Bill Clinton. En México, cuando sentaban sus reales los del priato tardío, un maestro universitario devenido secretario de Estado les repetía insistentemente: “La economía es política, o no es economía”. Manlio Fabio Beltrones hizo lo suyo y vuelve a escena Francisco Labastida Ochoa. La iniciativa presidencial de reforma energética no se aprobará; será irreconocible lo que de ella quede en el dictamen de comisiones. La del PRI, despojada del proyecto de filiales, pasará al pleno, con el posible acuerdo de la bancada del PRD.
Pero en el río revuelto de la recesión cae el precio del crudo y el FMI apremia a México a acordar la reforma petrolera. Economía, pero no hay que olvidar que es economía política. Ni las palabras del presidente Lula, días antes del desplome de la banca de Sao Paulo: los mismos que nos decían qué teníamos que hacer y qué no podíamos hacer en el manejo de nuestras economías, están todos en quiebra. Los que nos prohibían otorgar subsidios, fortalecer la banca de desarrollo, establecer una política industrial porque, decían, señalaba ganadores y perdedores de antemano, hoy son rescatados de la quiebra con dinero público y el gobierno de Bush tiene que comprar sus acciones para capitalizarlos.
León García Soler
■ Vejigas para nadar
Ahora podrá el ingeniero Ruiz Mateos prevenir lo que ya sucedió. El presidente Calderón anuncia que no necesitamos vejigas para nadar; que lo ahorrado a lo largo de cinco lustros y con gran sacrificio de los mexicanos, es algo más que balanza de alquimista para que Paco Gil y sus discípulos presuman de brujos del equilibrio, déficit cero, crecimiento nulo y empleo negativo para que cuadren las cuentas y sea sólido el monolito de nuestra economía. Entre los guardaditos de la locura del método hay algunos miles de millones del petróleo que permitirán al gobierno calderonista empezar de inmediato la construcción de una refinería. Hace 30 años que no construimos una, dijo orgullosamente Felipe Calderón. El mismo cuya iniciativa de reformas aseguraba que necesitábamos capital y tecnologías del extranjero para hacer refinerías y dejar de importar gasolinas.
“Miren lo que me encontré”- Eso y otros miles de millones para obras de infraestructura que reactivan la economía, requieren insumos de la industria nacional y, sobre todo, generan gran número de empleos directos. ¡Caray! Menos mal que antes de hundirnos por tercera vez, alguien le arrojó al titular del Poder Ejecutivo un mensaje encontrado en una botella: en tiempos de recesión hay que gastar, hay que invertir. Los recortes al gasto y los ahorros de la parálisis por miedo a la inflación; el dejar hacer, dejar pasar son contraindicados; los inversionistas sacan su dinero de la bolsa, los bancos no pueden dar crédito y del pasmo se pasa a la parálisis. Acierta el gobierno y atina Felipe Calderón al decir en voz alta, en el ágora electrónica, que hay políticas económicas “anticíclicas”. Y que se deben aplicar, aunque los oligarcas apoyen a los que en pleno naufragio aconsejan nadar de muertito.
Felipe Calderón vio la luz al final del túnel. No es el tren del capital extranjero para asociarse con Pemex. Y la recesión es larga y oscura. Los ricos tardarán años en recuperarse; nosotros tenemos 50 millones de mexicanos en pobreza extrema. Y la recesión prolonga los 25 años de crisis recurrentes que padecemos. Crisis de las clases dirigentes, de la persistencia del antiguo régimen de rentistas; ayer, aristocracia pulquera; hoy, oligarquía rastacuechera; devoradores de verdes billetes, capaces de consumir en una hora los seis mil millones de dólares que puso a la venta el Banco de México para detener la caída del peso y eludir la maldición del presidencialismo ilustrado: “Presidente que devalúa, se devalúa”.
Hay luz al final del túnel. Pero se ve feo pa’dentro, dicen los campiranos. Los partidos de la pluralidad coincidieron en que las propuestas de Felipe Calderón son adecuadas, son positivas. “Es la economía, estúpido”, dice el vigente lema de campaña de Bill Clinton. En México, cuando sentaban sus reales los del priato tardío, un maestro universitario devenido secretario de Estado les repetía insistentemente: “La economía es política, o no es economía”. Manlio Fabio Beltrones hizo lo suyo y vuelve a escena Francisco Labastida Ochoa. La iniciativa presidencial de reforma energética no se aprobará; será irreconocible lo que de ella quede en el dictamen de comisiones. La del PRI, despojada del proyecto de filiales, pasará al pleno, con el posible acuerdo de la bancada del PRD.
Pero en el río revuelto de la recesión cae el precio del crudo y el FMI apremia a México a acordar la reforma petrolera. Economía, pero no hay que olvidar que es economía política. Ni las palabras del presidente Lula, días antes del desplome de la banca de Sao Paulo: los mismos que nos decían qué teníamos que hacer y qué no podíamos hacer en el manejo de nuestras economías, están todos en quiebra. Los que nos prohibían otorgar subsidios, fortalecer la banca de desarrollo, establecer una política industrial porque, decían, señalaba ganadores y perdedores de antemano, hoy son rescatados de la quiebra con dinero público y el gobierno de Bush tiene que comprar sus acciones para capitalizarlos.
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