México SA
Los nombramientos de Calderón
Medina Mora-García Luna
¿Quién es el de la estrategia fallida?
Medina Mora-García Luna
¿Quién es el de la estrategia fallida?
Carlos Fernández-Vega
Envuelto en una agujereada bandera de heroicidad, el modesto inquilino de Los Pinos ha dicho, en no pocas ocasiones, que él solo ha tenido la visión y la decisión (elogio en boca propia es vituperio) de arremeter contra el crimen organizado, especialmente narcotráfico, y en el sexenio anterior –también de un panista, Vicente Fox– nada se hizo para erradicar esa lacra de la realidad nacional. De hecho, durante sus recientes diálogos” consigo mismo Felipe Calderón aseguró que si el “problema del narcotráfico se hubiera tocado cuatro o cinco años antes, (hoy) estaríamos en una situación mucho mejor”.
Los logros y éxitos contundentes en la materia: sólo durante su administración; las omisiones e irresponsabilidades: en los sexenios previos, especialmente en el de Fox. Durante el calderonato, según su propio balance, “los golpes han sido contundentes y se ha golpeado a los grupos criminales en todas sus estructuras: operadores financieros, sicarios, vendedores y líderes”. En los gobiernos anteriores, nada de nada, puras vergüenzas.
A lo largo de su estancia en Los Pinos, Calderón ha dicho una y otra vez que la “culpa” del desbarajuste imperante en el aparato de seguridad del Estado y los nulos resultados en el combate al crimen organizado, con el narcotráfico a la cabeza, es de sexenios anteriores, en especial el de Fox, desde que a éste se le ocurrió criticar pública y ácidamente la “estrategia” fallida de su relevo en la residencia oficial.
Y el actual inquilino de Los Pinos insiste: yo soy el efectivo; por más que los hechos lo desmientan. Más allá de sus reiteradas muestras de modestia, el problema comienza con las propias decisiones de Calderón: las principales instituciones civiles de la seguridad del Estado las puso en manos de dos fracasados del sexenio foxista; es decir, el par de funcionarios que no dieron una, que dejaron pasar y crecer al crimen organizado, en especial al narcotráfico, que no son otros que Genaro García Luna y Eduardo Medina Mora, quienes en la administración foxista ocuparon, el primero, la oficina principal de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) y, el segundo, del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) y, a la muerte de Ramón Martín Huerta, de la Secretaría de Seguridad Pública Federal.
Ambos personajes cerraron el sexenio 2000-2006 como director general de la AFI y titular de la SSPF, respectivamente. Calderón sabía perfectamente (según lo ha reiterado en sus discursos) que dichas instituciones fracasaron rotundamente en el gobierno de Fox (ideas cortas, lengua larga); que sus responsables no dieran una en materia de combate al crimen organizado y desde entonces el narcotráfico creció vertiginosamente y por la libre.
Entonces llegó la luz. Para resolver el problema, corregir los descuidos foxistas y dar cuerpo a su “estrategia” contra el crimen organizado y el narcotráfico, el iluminado Felipe Calderón tomó la decisión correcta (según él): quienes con Fox encabezaron la AFI, el Cisen y la SSPF, fueron designados secretario de Seguridad Pública Federal y procurador General de la República; esto es, Genaro García Luna y Eduardo Medina Mora, respectivamente, o lo que es lo mismo al par de funcionarios que el propio Calderón evaluó negativamente, los mismos que según su lectura no dieron una en la administración del señor de las botas.
Antes de que Fox lo designara director del Cisen, Medina Mora (hoy en funciones de embajador calderonista en la embajada de México en Londres) fungía como director de planeación estratégica del corporativo privado Desc. De allí brincó al Cisen y, a la muerte de Ramón Martín Huerta, a la SSPF. Calderón ha dicho que con Fox este personaje no dio resultados y para demostrarlo lo nombró procurador general de la República al inicio de su gobierno, el 1º de diciembre de 2006 (Arturo Chávez lo sucedió en la PGR, otra joya del “pasado” ineficiente, con el caso de las muertas de Juárez sin resolver).
El caso de García Luna es todavía más atractivo. El actual inquilino de Los Pinos dijo: “si no sirve para nada, yo lo nombro secretario de Seguridad Pública federal”, y se convirtió en su predilecto: todo puede caer, todo puede fallar, todo puede desmoronarse, pero al ingeniero mecánico no se le toca un pelo, por instrucciones de Los Pinos. De acuerdo con el currículum oficial, este personaje pasó por el Cisen (en la Subdirección de Asuntos Extranjeros y en la Dirección de Protección); por la Policía Federal Preventiva (coordinador general de Inteligencia para la Prevención); por la Policía Judicial Federal (director general de Planeación y Operación); por la AFI (director general) y la SSPF (secretario). Y allí lo mantienen.
Sirva lo anterior para dar contexto a lo publicado ayer por La Jornada (Armando G. Tejeda, corresponsal en Madrid) sobre los despachos de la embajada estadunidense en México divulgados por Wikileaks: “la lucha de poder que mantuvieron el ex procurador Eduardo Medina Mora, y el actual secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, es una de las razones por las que México no ha podido desarrollar un aparato de inteligencia efectivo para hacer frente al narcotráfico. Esa es una de las conclusiones que expone un informe en el que el embajador Carlos Pascual, expresa su preocupación por la rivalidad que mantuvieron estos dos miembros del gabinete presidencial por controlar la información y la estrategia de seguridad en México, al menos hasta la renuncia del entonces procurador general en septiembre del año pasado. Debido a sus conflictos personales, los funcionarios de la PGR y la SSP limitaron drásticamente el intercambio de información. Además de exponer los problemas estructurales de las diversas agencias de espionaje mexicanas –las secretarías de la Defensa y de Marina, el Centro de Investigación y Seguridad Nacional y la SSP–, subraya que una de las razones de que no haya más intercambio de datos es la “corrupción” y el miedo a que ceder información a otra institución se convierta en un éxito para ese organismo y, por lo tanto, en un fracaso para ellos, pues “están sometidas a una enorme presión para obtener resultados. La burocracia mexicana en general tiene aversión al riesgo, y esto también ocurre con las instituciones de inteligencia, que a veces prefieren no hacer nada a hacerlo mal”.
Las rebanadas del pastel
Entonces, dos inútiles, según sus propios calificativos, ratificados como los meros meros de la “estrategia” contra el crimen organizado y el narcotráfico. Y allí están los resultados. ¿Quién es el culpable de todo esto? ¿Los ineficientes designados o el eficiente que los designó?
cfvmexico_sa@hotmail.com
Envuelto en una agujereada bandera de heroicidad, el modesto inquilino de Los Pinos ha dicho, en no pocas ocasiones, que él solo ha tenido la visión y la decisión (elogio en boca propia es vituperio) de arremeter contra el crimen organizado, especialmente narcotráfico, y en el sexenio anterior –también de un panista, Vicente Fox– nada se hizo para erradicar esa lacra de la realidad nacional. De hecho, durante sus recientes diálogos” consigo mismo Felipe Calderón aseguró que si el “problema del narcotráfico se hubiera tocado cuatro o cinco años antes, (hoy) estaríamos en una situación mucho mejor”.
Los logros y éxitos contundentes en la materia: sólo durante su administración; las omisiones e irresponsabilidades: en los sexenios previos, especialmente en el de Fox. Durante el calderonato, según su propio balance, “los golpes han sido contundentes y se ha golpeado a los grupos criminales en todas sus estructuras: operadores financieros, sicarios, vendedores y líderes”. En los gobiernos anteriores, nada de nada, puras vergüenzas.
A lo largo de su estancia en Los Pinos, Calderón ha dicho una y otra vez que la “culpa” del desbarajuste imperante en el aparato de seguridad del Estado y los nulos resultados en el combate al crimen organizado, con el narcotráfico a la cabeza, es de sexenios anteriores, en especial el de Fox, desde que a éste se le ocurrió criticar pública y ácidamente la “estrategia” fallida de su relevo en la residencia oficial.
Y el actual inquilino de Los Pinos insiste: yo soy el efectivo; por más que los hechos lo desmientan. Más allá de sus reiteradas muestras de modestia, el problema comienza con las propias decisiones de Calderón: las principales instituciones civiles de la seguridad del Estado las puso en manos de dos fracasados del sexenio foxista; es decir, el par de funcionarios que no dieron una, que dejaron pasar y crecer al crimen organizado, en especial al narcotráfico, que no son otros que Genaro García Luna y Eduardo Medina Mora, quienes en la administración foxista ocuparon, el primero, la oficina principal de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) y, el segundo, del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) y, a la muerte de Ramón Martín Huerta, de la Secretaría de Seguridad Pública Federal.
Ambos personajes cerraron el sexenio 2000-2006 como director general de la AFI y titular de la SSPF, respectivamente. Calderón sabía perfectamente (según lo ha reiterado en sus discursos) que dichas instituciones fracasaron rotundamente en el gobierno de Fox (ideas cortas, lengua larga); que sus responsables no dieran una en materia de combate al crimen organizado y desde entonces el narcotráfico creció vertiginosamente y por la libre.
Entonces llegó la luz. Para resolver el problema, corregir los descuidos foxistas y dar cuerpo a su “estrategia” contra el crimen organizado y el narcotráfico, el iluminado Felipe Calderón tomó la decisión correcta (según él): quienes con Fox encabezaron la AFI, el Cisen y la SSPF, fueron designados secretario de Seguridad Pública Federal y procurador General de la República; esto es, Genaro García Luna y Eduardo Medina Mora, respectivamente, o lo que es lo mismo al par de funcionarios que el propio Calderón evaluó negativamente, los mismos que según su lectura no dieron una en la administración del señor de las botas.
Antes de que Fox lo designara director del Cisen, Medina Mora (hoy en funciones de embajador calderonista en la embajada de México en Londres) fungía como director de planeación estratégica del corporativo privado Desc. De allí brincó al Cisen y, a la muerte de Ramón Martín Huerta, a la SSPF. Calderón ha dicho que con Fox este personaje no dio resultados y para demostrarlo lo nombró procurador general de la República al inicio de su gobierno, el 1º de diciembre de 2006 (Arturo Chávez lo sucedió en la PGR, otra joya del “pasado” ineficiente, con el caso de las muertas de Juárez sin resolver).
El caso de García Luna es todavía más atractivo. El actual inquilino de Los Pinos dijo: “si no sirve para nada, yo lo nombro secretario de Seguridad Pública federal”, y se convirtió en su predilecto: todo puede caer, todo puede fallar, todo puede desmoronarse, pero al ingeniero mecánico no se le toca un pelo, por instrucciones de Los Pinos. De acuerdo con el currículum oficial, este personaje pasó por el Cisen (en la Subdirección de Asuntos Extranjeros y en la Dirección de Protección); por la Policía Federal Preventiva (coordinador general de Inteligencia para la Prevención); por la Policía Judicial Federal (director general de Planeación y Operación); por la AFI (director general) y la SSPF (secretario). Y allí lo mantienen.
Sirva lo anterior para dar contexto a lo publicado ayer por La Jornada (Armando G. Tejeda, corresponsal en Madrid) sobre los despachos de la embajada estadunidense en México divulgados por Wikileaks: “la lucha de poder que mantuvieron el ex procurador Eduardo Medina Mora, y el actual secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, es una de las razones por las que México no ha podido desarrollar un aparato de inteligencia efectivo para hacer frente al narcotráfico. Esa es una de las conclusiones que expone un informe en el que el embajador Carlos Pascual, expresa su preocupación por la rivalidad que mantuvieron estos dos miembros del gabinete presidencial por controlar la información y la estrategia de seguridad en México, al menos hasta la renuncia del entonces procurador general en septiembre del año pasado. Debido a sus conflictos personales, los funcionarios de la PGR y la SSP limitaron drásticamente el intercambio de información. Además de exponer los problemas estructurales de las diversas agencias de espionaje mexicanas –las secretarías de la Defensa y de Marina, el Centro de Investigación y Seguridad Nacional y la SSP–, subraya que una de las razones de que no haya más intercambio de datos es la “corrupción” y el miedo a que ceder información a otra institución se convierta en un éxito para ese organismo y, por lo tanto, en un fracaso para ellos, pues “están sometidas a una enorme presión para obtener resultados. La burocracia mexicana en general tiene aversión al riesgo, y esto también ocurre con las instituciones de inteligencia, que a veces prefieren no hacer nada a hacerlo mal”.
Las rebanadas del pastel
Entonces, dos inútiles, según sus propios calificativos, ratificados como los meros meros de la “estrategia” contra el crimen organizado y el narcotráfico. Y allí están los resultados. ¿Quién es el culpable de todo esto? ¿Los ineficientes designados o el eficiente que los designó?
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