12 nov 2008


Las lecciones del avionazo

JUANA EUGENIA OLVERA

MÉXICO, DF, (apro-cimac).- Aciaga semana por la cantidad de eventos, unos esperados y otros no. La elección del primer presidente afroamericano, un sueño mantenido desde 1968 entre la población afroamericana de Estados Unidos, y que justo se hace realidad a los cuarenta años, sin saber aún el alcance que tendrá para nuestro país.

Por otro lado, la muerte del secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, y de otros funcionarios mexicanos, así como de ciudadanos desconocidos a quienes, materialmente, les cayó la muerte del cielo.

Un presidente que muestra su dolor, confusión y nerviosismo aparentando estar en calma, y un partido político, el PAN, que se arroga el derecho a la privacidad para realizar unas velaciones sin la presencia del pueblo, al cual debe el poder, muestran la falta de sensibilidad de una clase que sigue creyendo en los derechos otorgados por Dios.

Notoria la actitud del jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, al estar en primera plana apoyando, prestando servicios a las víctimas que bien murieron o que aún permanecen graves en los hospitales, así como brindando a los familiares los medios para realizar los funerales. Sin embargo, creo, no es responsabilidad de la ciudad.

El avión accidentado pertenecía a la Segob, y esa dependencia es parte del gobierno federal representado por Felipe Calderón, quien ha lamentado la muerte de su amigo, no así de las demás personas fallecidas y que también eran seres humanos.

Hasta ahora Calderón no ha dicho nada para responsabilizarse por los fallecidos, heridos y autos siniestrados por la caída del jet gubernamental. Pareciera querer escurrirse y dejar la carga a otros, como con las inundaciones de Tabasco y Chiapas, que nos las endilgó a los ciudadanos que pagamos impuestos.

Sin embargo la vida continúa, así como la circunstancia de asumir nuevas responsabilidades, decisiones que deberán ajustarse y la designación de gente nueva para continuar con la tarea de gobernar un país.

Esperemos que no se fabriquen falsos héroes, como se acostumbra, porque los muertos de pronto toman una aureola de virtudes que acaban sustituyendo incluso a los santos reconocidos por la Iglesia católica.




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