Arnaldo Córdova
El TEPJF y el conflicto en el PRD
El TEPJF y el conflicto en el PRD
En todo el mundo, los tribunales electorales juegan a la política. Es lo menos que se puede esperar de ellos, pues, aparte de interpretar bien (sobre todo cuando se trata de una última instancia jurisdiccional) los ordenamientos escritos, deben calcular siempre los alcances prácticos, políticos, que sus resoluciones traerán consigo. Lo que se espera de ellos, empero, es que hagan buena política. El fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación sobre el conflicto que ha vivido el PRD muestra que sus integrantes no supieron interpretar los ordenamientos jurídicos y, encima, jugaron muy mal a la política.
Dijeron que tuvieron siempre a la vista los documentos básicos del PRD, y ya un lector de La Jornada les mostró que ni siquiera se saben la nomenclatura estatutaria de los órganos de dirección del partido. Se ha dicho que esa resolución fue un premio a los chuchos por algo que negociaron. Lo que resulta claro es que fue un fallo atentatorio contra la integridad y la unidad interna de un partido y ha levantado una tormenta que nuestros ilustres magistrados debieron haber previsto y haber evitado, por el bien público.
Desde un principio yo creí que lo justo hubiera sido anular esas elecciones internas, que mostraron ser las más sucias que se hayan visto en la arena política nacional. Decidir en esas condiciones sobre quién podría tener razón era un albur, no una razón jurídica (y menos política). Lo que hoy está viviendo el PRD es obra del tribunal. El conflicto no fue resuelto y ahora está más enconado que nunca. Me pregunto cómo es posible que el juzgador no haya tomado en cuenta que muchas casillas fueron impugnadas porque no se instalaron. Los estatutos del PRD prevén la anulación de las elecciones si las casillas anuladas sobrepasan el 20 por ciento. Y nos dicen que eso no cambió el resultado. Realmente, o son unos brutos o piensan que los demás lo somos. Pero ésa es harina de otro costal. El hecho es que actuó mal, políticamente mal, y eso fue lo peor.
Dar el triunfo a cualquiera de los contendientes era muy estúpido, porque no había bases ciertas para darlo a uno sin ofender el interés del otro. Que uno hubiera violado la legalidad interna bastaba para anular el proceso. El ganador, en efecto, salió desprestigiado y sin condiciones para hacer la unidad. Al perdedor se le iba a dejar, de antemano, en una situación absurda, como ahora se está viendo, de modo que tuvo que batallar en varios frentes: por un lado, contra sus seguidores, que le exigieron que no negociara; por otro, contra quienes le demandaron que no dejara a los contrarios todo el botín. ¿Es posible que los señores magistrados no hayan previsto este resultado tan simple y tan previsible? Si así fue, lo lamento, pero no merecen estar donde están.
Por supuesto que en este tipo de contiendas el que tiene todas las ventajas es el que ganó. Los chuchos lo han entendido. Nunca dijeron que querían negociar un acuerdo con Izquierda Unida; lo querían, en corto, con Encinas. ¿Por qué? Sencillo: porque era el mejor modo de desembarazarse de sus oponentes o el mejor modo para anularlos políticamente. El espectáculo que tienen enfrente es una verdadera delicia para ellos: seguidores de Encinas y de López Obrador gritando improperios contra los traidores y exigiendo que no transijan con los vendidos y los espurios y que se salgan del PRD. Encinas tomó una decisión pensando, ante todo, en un posible rescate del PRD y demandando que la negociación se haga con su bloque, no con él.
¿Consideraron o previeron los magistrados la gresca que iban a levantar en el PRD? Si lo hicieron, fueron unos irresponsables. Los activistas han venido viendo en ese partido, dominado por los chuchos, un traidor cada vez más calderonista y panista y, en consecuencia, están llamando a repudiarlo y a romper con él. Bien, de acuerdo. Nos vamos sólo con Convergencia y el PT. Pero resulta que esos son partidos pequeños, locales, con presencia sólo en algunas regiones. No la tienen a nivel nacional. El PRD sí, mal que bien. Su tirada es convertirse en partidos de presencia nacional aprovechando el enojo de las masas obradoristas decepcionadas con el PRD. Si alguien no lo ha notado es que está fuera de la realidad.
Los chuchos, por su lado, parecen tener muy clara la situación: el fallo del tribunal fue un golpe a López Obrador, que ahora los libera de convenir nada con él. Deben saber también que valen la pena los despojos que heredarán del PRD. Ello demostraría que no tienen un plan a largo plazo y que le juegan al breve lapso. De otro modo, podrían presentar un plan de unidad partidaria que no se ve por ningún lado. No les interesa la unidad. Sus contrarios, en cambio, pugnan por ese plan de unidad. Un arreglo interno del PRD debería contemplar un reparto justo de posiciones y de poder. Los encinistas lo buscan, pero serán acusados de traidores y de vendidos. ¿Quién podrá resolver eso?
El Frente Amplio Progresista sin el PRD no tendrá ya ningún sentido. No sólo porque es el partido mayor de la coalición, sino porque en él siguen estando quienes han activado y desarrollado el movimiento cívico; en primer lugar, su líder indiscutible. No puedo imaginarme a López Obrador como “convergente” o “petista” o como cualquier otra cosa. Todo sería comenzar desde cero. Para algunos, eso es lo que debe hacerse. Para mí, sería adentrarse en una jungla impenetrable e impredecible. Nadie se da cuenta que en ese camino las enormes energías populares que se han acumulado se disolverían como vapor de agua y luego ya no tendríamos nada.
Convergentes y petistas deberían también aceptar que ellos mismos necesitan del PRD (unido y sin broncas internas). Esos partidos se desarrollarán como verdaderas fuerzas nacionales si empujan y promueven los objetivos del FAP que, ciertamente, no contemplaban lo electoral, porque sabían que en ese renglón el PRD era muy poco confiable y, menos, justo; vale decir, un gandalla vulgar. Pero, así como ese frente no tendría sentido sin ellos, sin el PRD sería puro polvo de ilusionistas. Ellos deberían ser los primeros interesados en que el PRD alcanzara un acuerdo interno en lugar de aprovecharse de sus dificultades. Deberían también tener presente que es eso lo que el movimiento cívico necesita: un frente político cohesionado que dé voz en todos los parlamentos y en los foros de la opinión pública.
Dijeron que tuvieron siempre a la vista los documentos básicos del PRD, y ya un lector de La Jornada les mostró que ni siquiera se saben la nomenclatura estatutaria de los órganos de dirección del partido. Se ha dicho que esa resolución fue un premio a los chuchos por algo que negociaron. Lo que resulta claro es que fue un fallo atentatorio contra la integridad y la unidad interna de un partido y ha levantado una tormenta que nuestros ilustres magistrados debieron haber previsto y haber evitado, por el bien público.
Desde un principio yo creí que lo justo hubiera sido anular esas elecciones internas, que mostraron ser las más sucias que se hayan visto en la arena política nacional. Decidir en esas condiciones sobre quién podría tener razón era un albur, no una razón jurídica (y menos política). Lo que hoy está viviendo el PRD es obra del tribunal. El conflicto no fue resuelto y ahora está más enconado que nunca. Me pregunto cómo es posible que el juzgador no haya tomado en cuenta que muchas casillas fueron impugnadas porque no se instalaron. Los estatutos del PRD prevén la anulación de las elecciones si las casillas anuladas sobrepasan el 20 por ciento. Y nos dicen que eso no cambió el resultado. Realmente, o son unos brutos o piensan que los demás lo somos. Pero ésa es harina de otro costal. El hecho es que actuó mal, políticamente mal, y eso fue lo peor.
Dar el triunfo a cualquiera de los contendientes era muy estúpido, porque no había bases ciertas para darlo a uno sin ofender el interés del otro. Que uno hubiera violado la legalidad interna bastaba para anular el proceso. El ganador, en efecto, salió desprestigiado y sin condiciones para hacer la unidad. Al perdedor se le iba a dejar, de antemano, en una situación absurda, como ahora se está viendo, de modo que tuvo que batallar en varios frentes: por un lado, contra sus seguidores, que le exigieron que no negociara; por otro, contra quienes le demandaron que no dejara a los contrarios todo el botín. ¿Es posible que los señores magistrados no hayan previsto este resultado tan simple y tan previsible? Si así fue, lo lamento, pero no merecen estar donde están.
Por supuesto que en este tipo de contiendas el que tiene todas las ventajas es el que ganó. Los chuchos lo han entendido. Nunca dijeron que querían negociar un acuerdo con Izquierda Unida; lo querían, en corto, con Encinas. ¿Por qué? Sencillo: porque era el mejor modo de desembarazarse de sus oponentes o el mejor modo para anularlos políticamente. El espectáculo que tienen enfrente es una verdadera delicia para ellos: seguidores de Encinas y de López Obrador gritando improperios contra los traidores y exigiendo que no transijan con los vendidos y los espurios y que se salgan del PRD. Encinas tomó una decisión pensando, ante todo, en un posible rescate del PRD y demandando que la negociación se haga con su bloque, no con él.
¿Consideraron o previeron los magistrados la gresca que iban a levantar en el PRD? Si lo hicieron, fueron unos irresponsables. Los activistas han venido viendo en ese partido, dominado por los chuchos, un traidor cada vez más calderonista y panista y, en consecuencia, están llamando a repudiarlo y a romper con él. Bien, de acuerdo. Nos vamos sólo con Convergencia y el PT. Pero resulta que esos son partidos pequeños, locales, con presencia sólo en algunas regiones. No la tienen a nivel nacional. El PRD sí, mal que bien. Su tirada es convertirse en partidos de presencia nacional aprovechando el enojo de las masas obradoristas decepcionadas con el PRD. Si alguien no lo ha notado es que está fuera de la realidad.
Los chuchos, por su lado, parecen tener muy clara la situación: el fallo del tribunal fue un golpe a López Obrador, que ahora los libera de convenir nada con él. Deben saber también que valen la pena los despojos que heredarán del PRD. Ello demostraría que no tienen un plan a largo plazo y que le juegan al breve lapso. De otro modo, podrían presentar un plan de unidad partidaria que no se ve por ningún lado. No les interesa la unidad. Sus contrarios, en cambio, pugnan por ese plan de unidad. Un arreglo interno del PRD debería contemplar un reparto justo de posiciones y de poder. Los encinistas lo buscan, pero serán acusados de traidores y de vendidos. ¿Quién podrá resolver eso?
El Frente Amplio Progresista sin el PRD no tendrá ya ningún sentido. No sólo porque es el partido mayor de la coalición, sino porque en él siguen estando quienes han activado y desarrollado el movimiento cívico; en primer lugar, su líder indiscutible. No puedo imaginarme a López Obrador como “convergente” o “petista” o como cualquier otra cosa. Todo sería comenzar desde cero. Para algunos, eso es lo que debe hacerse. Para mí, sería adentrarse en una jungla impenetrable e impredecible. Nadie se da cuenta que en ese camino las enormes energías populares que se han acumulado se disolverían como vapor de agua y luego ya no tendríamos nada.
Convergentes y petistas deberían también aceptar que ellos mismos necesitan del PRD (unido y sin broncas internas). Esos partidos se desarrollarán como verdaderas fuerzas nacionales si empujan y promueven los objetivos del FAP que, ciertamente, no contemplaban lo electoral, porque sabían que en ese renglón el PRD era muy poco confiable y, menos, justo; vale decir, un gandalla vulgar. Pero, así como ese frente no tendría sentido sin ellos, sin el PRD sería puro polvo de ilusionistas. Ellos deberían ser los primeros interesados en que el PRD alcanzara un acuerdo interno en lugar de aprovecharse de sus dificultades. Deberían también tener presente que es eso lo que el movimiento cívico necesita: un frente político cohesionado que dé voz en todos los parlamentos y en los foros de la opinión pública.
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