TODO EL PODER PARA EL PUEBLO
Rebelión en México
Por: Juan Diego García (especial para ARGENPRESS.info) (Fecha publicación:21/11/2006)
El movimiento de Oaxaca resulta interesante por múltiples motivos. Para comenzar, este levantamiento popular pone de manifiesto la concurrencia inevitable de espontaneidad y organización como características del comportamiento político de las multitudes cuando éste adquiere autenticidad y naturaleza transformadora.
En efecto, la vitalidad, frescura y romanticismo de la acción directa de la población, su inventiva, su creatividad desbordada, su irreverencia ante todo lo consagrado, su independencia relativa de líderes y estructuras orgánicas, su libre actuación en el escenario de los acontecimientos son todos ellos requisitos indispensables cuando se trata de romper lo establecido. Pero al mismo tiempo es posible identificar junto a la espontaneidad los gérmenes formales del nuevo orden de cosas, el papel del liderazgo, la necesidad de someter el discurso a la dura prueba del programa y la exigencia imperiosa que impone a todos la realidad misma, de convertir el compromiso en algo más que la entrega desprendida y generosa a una causa. Dentro pues de la espontaneidad no es difícil percibir cómo las formas de la acción asumen cierta regularidad, devienen en costumbre y se transforman en tradición como garantía de efectividad en la lucha; con ello el principio de organización introduce forma y permanencia a la fuerza espontánea y hace posible que lo ideal se convierta en realización práctica. Todo esto se registra en el movimiento popular de Oaxaca y explica buena parte de su éxito.
La consigna de ?mandar obedeciendo? y sus formas de democracia directa propician poco la toma rápida y eficaz de muchas decisiones pero tienen la virtud de armonizar los principios de espontaneidad y organización, garantizando la permanencia de un movimiento cívico de protesta que ha adquirido las dimensiones de un verdadero reto a toda la institucionalidad del país. Si duda, en Oaxaca está en entredicho mucho más que el torpe manejo de un conflicto con educadores o la brutalidad de un reyezuelo local (Ulises ?Ruin?) quien solo conoce la violencia como respuesta a las exigencias legítimas de la ciudadanía.
Los activos miembros de la APPO han logrado no solo mantener la resistencia y vincularla a otros movimientos de protesta sino que han resucitado el ágora, solo que de forma original. Si en el ágora griega solo participa la minoría (los ciudadanos) excluyendo a la mayoría (los esclavos y las mujeres) en el ágora de Oaxaca, por el contrario, se excluye a la minoría privilegiada de comerciantes ricos, propietarios de hoteles e instalaciones turísticas y a los burócratas y adeptos del PRI, los mismos que salen a saludar la llegada de la tropas federales e intentan vanamente romper la huelga de los maestros.
La ?comunalicracia? (como ellos la llaman) se corresponde entonces con las formas clásicas de la democracia sin ser ajena a las propias tradiciones comunitarias de los indígenas. Por otra parte, su lema ?todo el poder al pueblo? confirma que no se trata de un rechazo genérico a la política o a los partidos ni un desdén irresponsable por las labores de administración de la cosa pública. Nada más alejado de la realidad que la imagen de caos, desorden y aventurerismo político que intentan vender los medios de comunicación.
El impacto del movimiento tan solo se ve limitado por las dificultades prácticas de integración con el resto de unas protestas que presagian al sr. Calderón una amarga estadía en la presidencia. Porque Oaxaca no es la única manifestación de la crisis profunda que vive México. El fracaso estruendoso del modelo económico de integración con Norteamérica tan solo es comparable con el fiasco de la supuesta democracia moderna que el sr. Fox y su partido iban a traer al país tras la descomposición del PRI, convertido hoy en un fósil político y una expresión lastimosa del caciquismo y la politiquería. De hecho, los grandes problemas económicos y políticos del país no han hecho más que agrandarse en estos seis años de administración del ex gerente de Coca Cola, un personaje gris e incapaz que pasa por el cargo sin pena ni gloria y se marcha señalado para siempre como el máximo responsable del robo de las elecciones en favor de su propio candidato. La de México sigue siendo entonces una democracia de pobres con un gobierno de tramposos. En este contexto es apenas natural no solo que la oposición haya ganado las elecciones en las urnas y las haya perdido en el escrutinio sino que por todos los rincones del país existan -activos o en potencia- múltiples casos como el de Oaxaca.
El acto de López Obrador asumiendo la presidencia que le ha sido arrebatada presagia el agravamiento de las protestas populares y es posible que como en Oaxaca se desborde el marco estrecho de una democracia recortada y mentirosa que en la práctica cotidiana traiciona los postulados solemnes que consagran las leyes. A punto de cumplirse el primer centenario de la revolución que inauguró los movimientos sociales de cambio en Latinoamérica México vuelve a ser punto de referencia porque en este continente existen muchos partidos de oposición dispuestos a convertir en realidad los enunciados de la ley -siempre incumplidos- eliminando privilegios y terminando con la vergonzosa dependencia nacional. Más aún, no faltan quienes desean terminar con la institucionalidad tradicional y darse otra, más acorde con los intereses de las mayorías. Hay muchas Oaxacas en Latinoamérica, muchos movimientos populares que reivindican sus derechos. El pobrerío insurrecto es el que aparece en escena en Oaxaca; es el mismo que ayer se reunió en el zócalo para aceptar a López Obrador su juramento como presidente legítimo de México. Es el mismo pobrerío de Chiapas, de Atenco, de los empleados del seguro social, de los maestros, de las incontables barriadas pobres del Distrito Federal, de las trabajadoras de las maquilas, de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, de los millones de campesinos, artesanos y obreros amenazados por la globalización y los Tratados de Libre Comercio, de los cientos de miles que a diario atraviesan la frontera arriesgando sus vidas. Demasiados humillados y ofendidos como para ignorarlos; demasiado tarde para tratar de contentarlos con promesas vanas.
Es difícil saber cuál será el futuro de estos movimientos populares ni la suerte que correrá la iniciativa sui generis del PRD. Tampoco es seguro que su demostrada intención de adelantar la protesta pacíficamente no vaya a tener como respuesta la violencia oficial y paramilitar, tan propia de la reciente historia del país. No sería extraño que se repita la violencia usada en Atenco, en Chiapas y en Oaxaca. Según el mismo Senado de la República después de cinco meses el conflicto de Oaxaca deja un terrible balance: 15 muertes, 109 heridos, 93 detenidos y nada menos que 98 desaparecidos, sin hablar de golpes, torturas, malos tratos, intimidación y otras tácticas ilegales usadas contra la población civil por la fuerza pública y los paramilitares del PRI. En cualquier país democrático tales cifras hubiesen precipitado una crisis de gobierno con la caída de ministros y demás responsables. No es así en el México de Fox y su delfín Calderón y todo indica que seguirá así hasta que sea realidad el Grito de Oaxaca que es el mismo el grito de la inmensa mayoría de los mexicanos: ?Todo el poder para el pueblo?.
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