Octavio Rodríguez Araujo
¿Lo permitiremos?
Arturo Cano (en su nota del martes en este diario) citó a un profesor de primaria de Querétaro. Quiero rescatar lo que dijo ese profesor de nombre Refugio Martínez Torres: "No sería correcto que sabiendo que ganamos nos quedemos con el golpe. Si López Obrador siguiera sólo como líder del movimiento opositor significaría que aquí no ha pasado nada, y eso no lo podemos permitir".
¿Por qué sabemos que ganó López Obrador? Por la misma razón por la que sabemos que en 1988 ganó Cuauhtémoc Cárdenas: porque el gobierno, el órgano electoral y el presidente electo, en ambos casos, se negaron a que se contaran los votos. Esto ya ha sido dicho de mil maneras; no es necesario insistir sobre el tema. Los que persisten en la duda es porque no saben qué hacer con ella. Si se hubieran contado todos los votos cuando fue exigido, no habría duda, habría certidumbre y casi todos estaríamos satisfechos, aunque no todos contentos.
¿Fue un golpe (de Estado) preparado con anticipación? Los que tienen dudas deberán preguntarse, primero, por qué se intentó sacar a López Obrador de la jugada, desde los famosos videos, pasando por El Encino y el desafuero, hasta los cientos de miles de espots del gobierno de Fox en apoyo al candidato del PAN y a la continuidad, la intromisión ilegal de la cúpula empresarial en el periodo de campañas, la campaña sucia, agresiva, descalificadota y mentirosa "que nos ha dado buenos resultados" (Manuel Espino). También deberán preguntarse por qué el extraño comportamiento matemático de las encuestas de salida que no se quisieron dar a conocer públicamente, los datos preliminares, los distritales y la negativa del IFE y del TEPJF a contar todos los votos pese a las demostraciones de irregularidades, y un largo etcétera.
¿Por qué AMLO no debía declararse (ni ser declarado) opositor? Porque hacerlo sería equivalente a reconocer que Felipe Calderón triunfó. Así de sencillo. ¿Hay pruebas de que López Obrador ganó? Sí, pero con dudas para muchos. Y esto es así porque el tribunal electoral no quiso arriesgarse a que los resultados de un conteo total de las boletas definieran los comicios en sentido diferente al acordado o predefinido. Por lo tanto, los calderonistas tampoco pueden exhibir las evidencias de que su candidato triunfara. Lo único que tienen es un dictamen plagado de galimatías emitido por un conjunto de abogados con atribuciones "conferidas" para tener la última palabra (inatacable) sobre la materia.
El profesor de Querétaro tiene toda la razón. No podemos aceptar lo ocurrido como si no hubiera pasado nada. Pasó, y está en nosotros permitirlo o no.
El lunes 20, ante una plaza llena pese al frío y a los pronósticos de los escépticos, López Obrador protestó como presidente legítimo de los mexicanos, de los que pensamos que no debemos aceptar el golpe de Estado ex ante ni al producto de este atropello "institucional". Sus enemigos lo acusan de soberbia, de ser un mal perdedor, de estar aferrado a la silla "que se le escapó", de preferir la escenografía a la política, de llevar el país a la ingobernabilidad y al abismo, y de muchas cosas que se les ocurre en sus cerebros conservadores. ¿Cómo se supone que debe actuar quien se sabe despojado? ¿Con un "ni modo" y a otra cosa? ¿Y todos los que votamos por él? ¿Complacientes, resignados e institucionales, como se nos invitó en 1988, o rebeldes y dignos? Personalmente me molestaría mucho que algún amigo extranjero me dijera que los mexicanos tenemos el gobierno que nos merecemos, en referencia a Calderón. Nos lo mereceremos si no hacemos algo, si lo reconocemos como gobernante, si nos cruzamos de brazos, si lo permitimos.
Se dice, como quien descubre por su cuenta la teoría de la relatividad, que López Obrador tiene defectos y que ha cometido varios errores. Sí, debe tener defectos y ciertamente ha cometido varios errores. ¿Y? ¿Quién tirará la primera piedra? Esto no es argumento. Lo que sabemos es que hubo un proyecto de nación que no les gustó a los dueños del poder. Tanto les disgustó que hicieron lo que hicieron para impedir que ese proyecto llegara a la Presidencia. Hoy sabemos que hay 20 puntos, 20 propuestas para la acción del gobierno legítimo (y si no les gusta la palabrita, llámenle paralelo), y que estas propuestas, si el pueblo se organiza bien, serán una presión ineludible para el gobierno espurio de Calderón (y si no les gusta la palabrita, llámenle impuesto).
Dije "ineludible" porque no podrá evitar que millones de personas se expresen sobre sus políticas, ni tampoco que los diputados y senadores del Frente Amplio Progresista tengan iniciativas o hagan política en contra de las propuestas de Calderón. Aunque parezca posible, no son ya los tiempos de Salinas de Gortari. De manera semejante a éste, Calderón tratará (ya lo está haciendo) de legitimarse desde la Presidencia que no ganó cooptando intelectuales y líderes de opinión, y con programas clientelares tipo Pronasol o malas copias de las propuestas de AMLO en campaña, ahora en el discurso del "presidente electo". Pero después del "engaño mayor", como tituló Huchim uno de sus libros de balance del salinismo, la gente ya no se traga tan fácilmente esa píldora.
México ha cambiado. No mucho, pero ha cambiado, y el capítulo de las elecciones de 2006 y la sucesión presidencial no se ha terminado. Falta mucho por escribirse.
Adolfo Sánchez Rebolledo
De las amenazas y peligros para México
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