Unidad: prioridad de la izquierda
Víctor Flores Olea
Claro que el inicio de campaña de Alejandro Encinas en Ecatepec por la gubernatura del estado de México no se redujo al hecho trivial de una fotografía, sino que fue el testimonio de la voluntad coincidente de diversos personajes de la política de izquierda que decidieron mostrar” públicamente su intención y propósito de unidad. Por supuesto que las diferencias no se evaporan por arte de magia, pero hay muchas razones para que ahora los líderes más visibles de la izquierda exhiban una voluntad convergente que se sitúa en el polo opuesto de los “juegos” irresponsables que varios de ellos venían realizando, y que contribuyeron gravemente en los últimos años al desprestigio de la izquierda en México.
La intención de proclamar la posibilidad de la unidad, que deberá remacharse y confirmarse en el futuro próximo, fue el real significado de la coincidencia de Andrés Manuel López Obrador, Cuahutémoc Cárdenas, Marcelo Ebrard y hasta del actual dirigente del PRD, Jesús Zambrano, en el inicio de campaña de Alejandro Encinas, para sólo hablar ahora de los más visibles, sin olvidar que también estuvieron presentes Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y María Teresa Juárez viuda de Heberto Castillo y varios otros perredistas prominentes en el Congreso, e incluso el coordinador del Dia, Manuel Camacho Solís.
Pareciera que las aristas rasposas se pulen, incluso aquella que tanta preocupación despertó en las izquierdas (¿sigue produciéndola?) de la posible división o enfrentamiento en la candidatura presidencial de 2012 entre Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard. Tesis favorita, por supuesto, que ha propagado la derecha, como uno de sus objetivos estratégicos claves (divisionistas), y que sigue utilizando con la esperanza de que se cumpla. Pero no, los acuerdos de López Obrador y Ebrard para zanjar la cuestión de la candidatura de la izquierda en noviembre de este año parece que tiene toda la solidez y confiabilidad de la voluntad de ambos políticos, que cumplirán estrictamente con los pactos que establezcan. Hoy la gente de izquierda en México está segura de que ese conflicto potencial se resolverá civilizada y adecuadamente por el acuerdo entre los dos precandidatos. Por lo demás, la izquierda se felicita de tener dos precandidatos de ese nivel, que ni de lejos tienen los otros partidos.
Lo que salta a la vista es la absoluta exigencia de la unidad, si es que de verdad la izquierda quiere estar presente y hacer mella transformadora en el sistema vigente. Es decir, si aspira de verdad a triunfar en la elección presidencial de 2012. Y no sólo hablo de una “aspiración”, sino de la posibilidad objetiva y positiva de lograr la victoria, tan absolutamente necesaria en el país. Necesaria al punto de que sin ese triunfo México corre el gravísimo riesgo de despedazarse, más de lo que ya han realizado los lamentables últimos sexenios panistas y también cuando menos los últimos del PRI.
Hace seis años surgió la frase sucia de que Andrés Manuel López Obrador “era un peligro para México”. La situación es tal ahora que puede voltearse la frase y decirse que “si no gana López Obrador el peligro es para México”, como lo han demostrado ya dos sexenios del PAN y los postreros del PRI.
Pero ampliemos las perspectivas: la necesidad de la unidad triunfante de la izquierda no es únicamente la de los partidos políticos, sino la de las mayorías sociales que exigen cambios en favor del pueblo, cambios en la política y en la economía que no pueden seguir al exclusivo servicio de grupos restringidos; es claro que no se soporta más la insultante concentración de la riqueza y que en esta época, tal vez más que nunca, se expresa en movimientos sociales que, como vemos, no sólo tienen expresión en el norte de África y en Medio Oriente, sino también en el corazón de Europa: especialmente España, Italia, Francia y otros países.
Los reclamos universales que se extienden coincidirán en México con la próxima elección presidencial, y reforzarán en nuestro país las corrientes de la izquierda hasta convertirlas en algo así como en un huracán o tormenta imparables. Sí, las corrientes de la izquierda política y partidista, pero también y sobre todo las representadas por los movimientos sociales auténticos.
Es probable que Javier Sicilia o el subcomandante Marcos no aparezcan nunca en una fotografía como la de Ecatepec, pero sí hay altas probabilidades de que sus simpatizantes y activistas, que sus seguidores de muchas ideologías y convicciones, en las próximas elecciones presidenciales decidan dar su voto a la izquierda. Porque en algún momento y lugar debe iniciarse la tarea de la transformación profunda del orden establecido, y la amplia necesidad de construir una sociedad fundada en la inteligencia que se sustente en sólidos valores morales e incluso estéticos, alejados del mercado extremo, el afán de lucro y la avidez que distingue hoy, más que nunca, a la sociedad capitalista. Rehacer el tejido social, pero rehacerlo en una perspectiva que excluya los crímenes, la corrupción, las mentiras, los disfraces que distinguen al sistema económico y político actuales.
Para terminar, simplemente diré que en esta múltiple y abundante movilización social no puede faltar el compromiso tantas veces sellado y no cumplido de respetar y afirmar los derechos indígenas, al menos en la escala en que fueron precisados en los acuerdos de San Andrés. Tal es un punto fundamental que se olvida con demasiada frecuencia.
La intención de proclamar la posibilidad de la unidad, que deberá remacharse y confirmarse en el futuro próximo, fue el real significado de la coincidencia de Andrés Manuel López Obrador, Cuahutémoc Cárdenas, Marcelo Ebrard y hasta del actual dirigente del PRD, Jesús Zambrano, en el inicio de campaña de Alejandro Encinas, para sólo hablar ahora de los más visibles, sin olvidar que también estuvieron presentes Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y María Teresa Juárez viuda de Heberto Castillo y varios otros perredistas prominentes en el Congreso, e incluso el coordinador del Dia, Manuel Camacho Solís.
Pareciera que las aristas rasposas se pulen, incluso aquella que tanta preocupación despertó en las izquierdas (¿sigue produciéndola?) de la posible división o enfrentamiento en la candidatura presidencial de 2012 entre Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard. Tesis favorita, por supuesto, que ha propagado la derecha, como uno de sus objetivos estratégicos claves (divisionistas), y que sigue utilizando con la esperanza de que se cumpla. Pero no, los acuerdos de López Obrador y Ebrard para zanjar la cuestión de la candidatura de la izquierda en noviembre de este año parece que tiene toda la solidez y confiabilidad de la voluntad de ambos políticos, que cumplirán estrictamente con los pactos que establezcan. Hoy la gente de izquierda en México está segura de que ese conflicto potencial se resolverá civilizada y adecuadamente por el acuerdo entre los dos precandidatos. Por lo demás, la izquierda se felicita de tener dos precandidatos de ese nivel, que ni de lejos tienen los otros partidos.
Lo que salta a la vista es la absoluta exigencia de la unidad, si es que de verdad la izquierda quiere estar presente y hacer mella transformadora en el sistema vigente. Es decir, si aspira de verdad a triunfar en la elección presidencial de 2012. Y no sólo hablo de una “aspiración”, sino de la posibilidad objetiva y positiva de lograr la victoria, tan absolutamente necesaria en el país. Necesaria al punto de que sin ese triunfo México corre el gravísimo riesgo de despedazarse, más de lo que ya han realizado los lamentables últimos sexenios panistas y también cuando menos los últimos del PRI.
Hace seis años surgió la frase sucia de que Andrés Manuel López Obrador “era un peligro para México”. La situación es tal ahora que puede voltearse la frase y decirse que “si no gana López Obrador el peligro es para México”, como lo han demostrado ya dos sexenios del PAN y los postreros del PRI.
Pero ampliemos las perspectivas: la necesidad de la unidad triunfante de la izquierda no es únicamente la de los partidos políticos, sino la de las mayorías sociales que exigen cambios en favor del pueblo, cambios en la política y en la economía que no pueden seguir al exclusivo servicio de grupos restringidos; es claro que no se soporta más la insultante concentración de la riqueza y que en esta época, tal vez más que nunca, se expresa en movimientos sociales que, como vemos, no sólo tienen expresión en el norte de África y en Medio Oriente, sino también en el corazón de Europa: especialmente España, Italia, Francia y otros países.
Los reclamos universales que se extienden coincidirán en México con la próxima elección presidencial, y reforzarán en nuestro país las corrientes de la izquierda hasta convertirlas en algo así como en un huracán o tormenta imparables. Sí, las corrientes de la izquierda política y partidista, pero también y sobre todo las representadas por los movimientos sociales auténticos.
Es probable que Javier Sicilia o el subcomandante Marcos no aparezcan nunca en una fotografía como la de Ecatepec, pero sí hay altas probabilidades de que sus simpatizantes y activistas, que sus seguidores de muchas ideologías y convicciones, en las próximas elecciones presidenciales decidan dar su voto a la izquierda. Porque en algún momento y lugar debe iniciarse la tarea de la transformación profunda del orden establecido, y la amplia necesidad de construir una sociedad fundada en la inteligencia que se sustente en sólidos valores morales e incluso estéticos, alejados del mercado extremo, el afán de lucro y la avidez que distingue hoy, más que nunca, a la sociedad capitalista. Rehacer el tejido social, pero rehacerlo en una perspectiva que excluya los crímenes, la corrupción, las mentiras, los disfraces que distinguen al sistema económico y político actuales.
Para terminar, simplemente diré que en esta múltiple y abundante movilización social no puede faltar el compromiso tantas veces sellado y no cumplido de respetar y afirmar los derechos indígenas, al menos en la escala en que fueron precisados en los acuerdos de San Andrés. Tal es un punto fundamental que se olvida con demasiada frecuencia.
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