El señor Calderón en su burbuja
Luis Linares Zapata
La creciente pauperización de millones de mexicanos no alcanza fuerza suficiente para romper la burbuja de positivismo que envuelve al señor Calderón. Ocupado en disimular sus derrotas y omisiones, acompasado con su equipo administrativo, se estira para encontrar sustitutos que le respondan a imagen y semejanza. Trata así de soslayar las penurias que padece el grueso de los mexicanos medios y, peor aún, los de abajo, causal directa de sus infortunios. Es por eso que, a pesar de las repetidas muestras de ineficacia que estos encumbrados burócratas ofrecen en sus desempeños, adjuntadas a las peticiones de sus socios priístas para que remplace a varios de ellos, Calderón los desoye y conserva, con firmeza inigualable, a todos sus retoños. El voluntarismo que lo aqueja desde su católica niñez se ha fortalecido a través de sus correrías juveniles y las de su edad adulta. Un signo de alerta que recorre, con sus temores y desconciertos concomitantes, desde los corredores del lujo hasta las callejuelas de las barriadas más olvidadas del país.
El respaldo que otorgó el grupo de poder al señor Calderón dándole el título de Presidente, con todas sus inmensas irregularidades de origen a cuestas, flaquea en su núcleo básico y se transmina por los costados de su frágil entorno. Se acentúa así la soledad que hoy lo acosa y empequeñece.
La falta de respeto a su desempeño y capacidades brota por doquier y desata un círculo negativo en el que campea la desesperanza en venideras bondades prometidas. Ha llegado su ineficaz y torpe desempeño a fomentar todo un enjambre de preocupaciones en las esferas de mando de esta nación.
Ya no esperan de él, de su partido y de su equipo, alternativas de salidas ni cambios de actitud, menos aún mejoramiento en la conducción y guía del país. Los inocultables titubeos y torpezas que va dejando regadas se apiñaron, de manera grotesca y descarada, en las recientes elecciones de medio término. El electorado le dio una sopa de su difundido chocolate de valentías virtuales que el señor Calderón acompasó con sendas riñas callejeras por conducto del defenestrado acólito colérico que le sirvió de parapeto electorero.
Los llamados (van tres y contando) que el señor Calderón hace para la construcción de acuerdos no encuentra ecos suficientes entre la elite dirigente. La plebe no les interesa a sus altas, distantes y serenas miradas. Si acaso unas palabras de respuestas por parte del senador Beltrones, único interlocutor de peso que le queda, se hacen oír en los medios. Como si el modelo productivo y de gobierno, que todavía empuja el señor Calderón, no mostrara a las injustas claras sus cortedades e inoperancias, él y sus disminuidos colaboradores se empeñan en prolongarlo un tanto adicional.
El concierto de neoliberales que lo atosigan con exigencias de prebendas adicionales implican mayores injusticias para con la colectividad nacional. Y esos abultados beneficios los piensan (los desean) encontrar en las famosas, por infaustas, reformas estructurales pendientes. Siempre habrá algunas esperando aprobación para usos y deleites de los de arriba.
Pero la plutocracia que lo respaldó en su apañe de la Presidencia ya busca, con ahínco, al futuro suplente. Uno que les alivie tensiones crecientes por el descontento desatado por doquier. La cruenta, feroz crisis que se enseñorea de la República va horadando sin pausas ni consideraciones la esperanza de los ciudadanos, ya no se diga para alcanzar un mejor nivel de vida futuro, sino para detener el deterioro de sus miserias del día.
El grupo de poderosos cree haber encontrado al curandero de sus desvelos en el gobernador del estado de México. Y, atrás de ese espejismo, prefabricado hasta con detalles candorosos y picarescos, se han agrupado las fuerzas de elite que manejan la parte sustantiva de los asuntos públicos. Las televisoras y (en especial Televisa) cadenas de radio (con sus opinadores afiliados) se han concentrado en aceitar, pulir y propagar, diariamente y de manera dispendiosa, la atildada figura de Peña Nieto como un proyecto sustituto que los alejará de sus temores y desvelos presentes.
Este ejercicio propiciatorio mucho tiene de desfogue ante la atonía que impone, con su desgarbada presencia y altisonante voz, el señor Calderón, uno más de sus frustrados personajes preferidos.
Mas las penurias presupuestales, ya muy notables por los torpes recortes carstensianos (sólo en cuanto derivado del hacendismo retardatario y no de la famosa duda metódica) recién anunciados, prueba inequívoca de su visión recesiva, se agravan con los días de caída en los ingresos planeados; la cerrazón de horizontes que impone el discurso tonto y voluntarioso del oficialismo, que no titubea en usar hasta el triunfo de los futbolistas dizque para infundir un hálito de confianza a las masas; las huidizas oportunidades que la crisis va aniquilando a su paso devorador de empleos; (se concluirá el sexenio actual con un rezago de 5.5 millones, según estimaciones actuales) forman densas aristas que afilan y recrudecen el descontento popular y hacen dudar, a los avezados negociantes y traficantes de influencias de siempre, en perseguir la ruta acumuladora de riquezas y prestigio.
Ante tan desolador panorama, al priísmo triunfante le espera una labor bastante mayor que los arrestos y la vocación de cambio y mejoría avanzados por sus adalides. El empuje de sus gobernadores por asentar bases ciertas para una transformación, tanto del modelo como de la injusticia distributiva que aqueja al país, no encuentra asideros ciertos. Por el contrario, choca de frente con sus talantes, con firmes tintes conservadores y hasta reaccionarios. Estos líderes pretenden, si acaso, atar sus posiciones ganadas, no cometer errores que descarrilen sus aspiraciones de retornar a Los Pinos, disfrazar complicidades, asegurar espacios de impunidad para sus correligionarios descubiertos en francos delitos y empujar sus negocios grupales. Un tanto más de lo mismo y no más que eso.
La creciente pauperización de millones de mexicanos no alcanza fuerza suficiente para romper la burbuja de positivismo que envuelve al señor Calderón. Ocupado en disimular sus derrotas y omisiones, acompasado con su equipo administrativo, se estira para encontrar sustitutos que le respondan a imagen y semejanza. Trata así de soslayar las penurias que padece el grueso de los mexicanos medios y, peor aún, los de abajo, causal directa de sus infortunios. Es por eso que, a pesar de las repetidas muestras de ineficacia que estos encumbrados burócratas ofrecen en sus desempeños, adjuntadas a las peticiones de sus socios priístas para que remplace a varios de ellos, Calderón los desoye y conserva, con firmeza inigualable, a todos sus retoños. El voluntarismo que lo aqueja desde su católica niñez se ha fortalecido a través de sus correrías juveniles y las de su edad adulta. Un signo de alerta que recorre, con sus temores y desconciertos concomitantes, desde los corredores del lujo hasta las callejuelas de las barriadas más olvidadas del país.
El respaldo que otorgó el grupo de poder al señor Calderón dándole el título de Presidente, con todas sus inmensas irregularidades de origen a cuestas, flaquea en su núcleo básico y se transmina por los costados de su frágil entorno. Se acentúa así la soledad que hoy lo acosa y empequeñece.
La falta de respeto a su desempeño y capacidades brota por doquier y desata un círculo negativo en el que campea la desesperanza en venideras bondades prometidas. Ha llegado su ineficaz y torpe desempeño a fomentar todo un enjambre de preocupaciones en las esferas de mando de esta nación.
Ya no esperan de él, de su partido y de su equipo, alternativas de salidas ni cambios de actitud, menos aún mejoramiento en la conducción y guía del país. Los inocultables titubeos y torpezas que va dejando regadas se apiñaron, de manera grotesca y descarada, en las recientes elecciones de medio término. El electorado le dio una sopa de su difundido chocolate de valentías virtuales que el señor Calderón acompasó con sendas riñas callejeras por conducto del defenestrado acólito colérico que le sirvió de parapeto electorero.
Los llamados (van tres y contando) que el señor Calderón hace para la construcción de acuerdos no encuentra ecos suficientes entre la elite dirigente. La plebe no les interesa a sus altas, distantes y serenas miradas. Si acaso unas palabras de respuestas por parte del senador Beltrones, único interlocutor de peso que le queda, se hacen oír en los medios. Como si el modelo productivo y de gobierno, que todavía empuja el señor Calderón, no mostrara a las injustas claras sus cortedades e inoperancias, él y sus disminuidos colaboradores se empeñan en prolongarlo un tanto adicional.
El concierto de neoliberales que lo atosigan con exigencias de prebendas adicionales implican mayores injusticias para con la colectividad nacional. Y esos abultados beneficios los piensan (los desean) encontrar en las famosas, por infaustas, reformas estructurales pendientes. Siempre habrá algunas esperando aprobación para usos y deleites de los de arriba.
Pero la plutocracia que lo respaldó en su apañe de la Presidencia ya busca, con ahínco, al futuro suplente. Uno que les alivie tensiones crecientes por el descontento desatado por doquier. La cruenta, feroz crisis que se enseñorea de la República va horadando sin pausas ni consideraciones la esperanza de los ciudadanos, ya no se diga para alcanzar un mejor nivel de vida futuro, sino para detener el deterioro de sus miserias del día.
El grupo de poderosos cree haber encontrado al curandero de sus desvelos en el gobernador del estado de México. Y, atrás de ese espejismo, prefabricado hasta con detalles candorosos y picarescos, se han agrupado las fuerzas de elite que manejan la parte sustantiva de los asuntos públicos. Las televisoras y (en especial Televisa) cadenas de radio (con sus opinadores afiliados) se han concentrado en aceitar, pulir y propagar, diariamente y de manera dispendiosa, la atildada figura de Peña Nieto como un proyecto sustituto que los alejará de sus temores y desvelos presentes.
Este ejercicio propiciatorio mucho tiene de desfogue ante la atonía que impone, con su desgarbada presencia y altisonante voz, el señor Calderón, uno más de sus frustrados personajes preferidos.
Mas las penurias presupuestales, ya muy notables por los torpes recortes carstensianos (sólo en cuanto derivado del hacendismo retardatario y no de la famosa duda metódica) recién anunciados, prueba inequívoca de su visión recesiva, se agravan con los días de caída en los ingresos planeados; la cerrazón de horizontes que impone el discurso tonto y voluntarioso del oficialismo, que no titubea en usar hasta el triunfo de los futbolistas dizque para infundir un hálito de confianza a las masas; las huidizas oportunidades que la crisis va aniquilando a su paso devorador de empleos; (se concluirá el sexenio actual con un rezago de 5.5 millones, según estimaciones actuales) forman densas aristas que afilan y recrudecen el descontento popular y hacen dudar, a los avezados negociantes y traficantes de influencias de siempre, en perseguir la ruta acumuladora de riquezas y prestigio.
Ante tan desolador panorama, al priísmo triunfante le espera una labor bastante mayor que los arrestos y la vocación de cambio y mejoría avanzados por sus adalides. El empuje de sus gobernadores por asentar bases ciertas para una transformación, tanto del modelo como de la injusticia distributiva que aqueja al país, no encuentra asideros ciertos. Por el contrario, choca de frente con sus talantes, con firmes tintes conservadores y hasta reaccionarios. Estos líderes pretenden, si acaso, atar sus posiciones ganadas, no cometer errores que descarrilen sus aspiraciones de retornar a Los Pinos, disfrazar complicidades, asegurar espacios de impunidad para sus correligionarios descubiertos en francos delitos y empujar sus negocios grupales. Un tanto más de lo mismo y no más que eso.
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