El retorno del dinosaurio
El aspirante presidencial priista, Enrique Peña Nieto.
Foto: Eduardo Miranda
Foto: Eduardo Miranda
A la digna memoria de Regina Martínez.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- En 1993 Steven Spielberg filmó la primera película de Jurassic Park. Basada en la novela homónima de Michael Crichton, la película narra la historia de un empresario y de una compañía científica que, a partir de segmentos de materia genética prehistórica encontrados en un pedazo de ámbar, comienzan a clonar varias especies de dinosaurios en Nublar, una isla cercana a Costa Rica, con el fin de crear un parque de diversiones. A punto de abrirlo, bajo la mirada de una pareja de científicos y de un matemático invitados para supervisar las instalaciones, una tormenta tropical y un sabotaje crean un profundo caos que nadie puede controlar.
El corolario de la película es doble. Por un lado, nos muestra la imposibilidad del hombre de controlar la contingencia, a pesar de su poder prometeico. Por el otro, el desastre de querer traer al presente un mundo que dejó de existir.
La ciencia ficción siempre ha mostrado de manera metafórica la realidad. En nuestro caso, la película de Spielberg tiene su mejor analogía en la posibilidad del retorno del PRI a la Presidencia de la República. Mundo extraviado y atroz en su tremenda desmesura, el PRI pertenece –en su ya larga analogía con la prehistoria– a un pasado lejano cuyas consecuencias sentimos, con todo el peso del horror y del crimen, en la fallida transición democrática y en la estúpida política de guerra de Calderón.
Aunque las elecciones que nos aguardan serán, como no hemos dejado de insistir, las de la ignominia, el retorno del PRI al poder sería, como el retorno de las criaturas prehistóricas de Jurassic Park, la peor de todas.
Cuando uno mira a Peña Nieto, no es posible dejar de mirar una cría clonada de la prehistoria priista: la lejanía de la nación, el ademán acartonado y perentorio de la presidencia imperial, el rostro hierático del tlatoani inalcanzable que reina desde una parafernalia mediática acordonada por el poder y el miedo. Especie de Díaz Ordaz sometido a un tratamiento de cirugía plástica, Peña Nieto y quienes lo rodean –no los mejores del PRI, por desgracia– tienen, en este sentido, algo del Rex y de los fascinantes Velocirraptores de Jurassic Park: monstruosos, pero contenidos en la aparente afabilidad de un parque de diversiones y, en el caso de los priistas, de las afables y espectaculares jaulas de Televisa y de los inanes constructores de imagen.
Así, el retorno del PRI al poder genera en el imaginario de algunos electores la posibilidad del orden de lo terrible, de la presencia atroz pero controlada de lo monstruoso que permitirá hacer convivir el horror con la racionalidad de la modernidad y domesticar la selva de la Isla Nublar en la que se ha convertido el país. Sin embargo, como lo muestra el segundo corolario de la película de Spielberg, la consecuencia será el caos total. Contra lo que muchos piensan, el PRI no controlará nada. Su monstruosidad terminará por desbordarse. A las bandas del crimen organizado, fruto de la larga prehistoria priista y de las estúpidas políticas panistas, se agregará la militarización del país.
Si en el gobierno de Felipe Calderón la tentación de la represión estaba en la aprobación de la Ley de Seguridad Nacional, que le daría un marco jurídico y legal a la vida militar en las calles, con el PRI la tentación se convertirá en realidad. La negativa de Peña Nieto a confrontarse públicamente con los ciudadanos en el programa de Carmen Aristegui, su desprecio por el movimiento social más importante de los últimos años –de todos los candidatos él es el único que no ha tenido el más mínimo contacto con el MPJD–, la prisa de muchos priistas por la aprobación de la Ley de Seguridad Nacional –han intentado varios albazos en la Cámara de Diputados–, su protección a delincuentes que participan en la vida política del partido y sus gobiernos, hablan de la manera en que gobernarán: un Estado brutal y destructivo que, so pretexto de perseguir a la delincuencia, criminalizará la protesta y reprimirá, como se hizo en Atenco, la democracia, mientras el crimen y los intereses más oscuros de la vida política y empresarial continúan bajo su cobijo una incontrolable marcha.
Semejante al desastre de Jurassik Park, el regreso del PRI sería la instauración total del horror y el aplastamiento de cualquier signo de dignidad moral y racionalidad política. En un mundo que necesita de la unidad de la nación y de la humanización de la vida civil y política, el retorno de lo monstruoso sería darle carta de naturalización al cerebro reptil que tanto daño nos está causando. Detrás de la aparente domesticidad jurásica del priismo enjaulado en el uso mediático y calculado de su propaganda y de su táctica de campaña, aguarda la vida brutal del pasado presta a desbordarse en la del presente con un furor más incontrolable que en el mundo que le permitió ser.
El pasado es un complejo espejo que nos permite contemplarnos para rehacer el presente. Regresarlo al ahora sería, como lo muestra el segundo corolario de Jurassic Park, darle carta de naturalización a lo monstruoso en el centro de un país doliente que busca, contra la ignominia política y la criminalidad atroz, su regeneración humana.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.
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