27 dic 2011

DF: la salida es por la izquierda


Paco Ignacio Taibo II

I

–Yo voy a votar por el PRI –dijo el taxista.

Dudé entre tirarme en marcha del coche sin pagarle, a riesgo de romperme el hocico, para que se fuera educando en lo que sería una ciudad gobernada por priístas, o desplegar mis mejores pruebas contra el regreso de los conocidos de Alí Babá. Sus argumentos eran deprimentemente sólidos: “Más vale malo conocido…”, “De todas maneras van a ganar, a la buena o con fraude”, la administración priísta del DF había castigado a los taxistas con reglamentos, burocracias, policías mordelones, “y los del PRD son igual, también hacen chanchullos y se roban urnas”.

Después de 38 minutos de trayecto, gracias al tráfico infernal del DF, le saqué un empate. A terco no ha nacido todavía el taxista que me vaya a ganar y a discutidor, tampoco. Usé todas las historias que conozco sobre el estado priísta, sus modos y maneras, su estilo, su larga mano que llega a todos los cajones, a todos los negocios turbios contra la nación y a todos los gatillos y defendí la necesidad de que el DF se fuera hacia la izquierda.

–Bueno –dijo finalmente el taxista llamado, según su tarjetón, Alfaro. Órale, voy a votar por el PRD o el PT, pero sólo si sale el que usted dice.

El que yo decía era Martí Batres.

II

Yo no quiero ser diputado, senador, asambleísta, asesor a sueldo, funcionario público, funcionario partidario, militante con salario, no quiero que las instituciones públicas compren mis libros y seguiré dando conferencias al movimiento sin cobrarlas.

Por otro lado sigo siendo miembro del PRD por una extraña razón, cada vez que la burocracia que lo dirige hace una marranada, no encuentro mi vieja credencial del 88 firmada por Cuauhtémoc Cárdenas, para irla a quemar al Zócalo en desagravio. Soy miembro de Morena y del “No más sangre”, me sumo a las marchas del Movimiento por la Paz, del SME y los maestros de la CNTE, de la APPO, y creo, con un fervor de militante de los años 60 en eso que llamamos “el movimiento.”

Por lo tanto, en este debate no tengo cola que me pisen.

III

Hace años intenté contar cómo nuestra generación, la generación del 68 y sus herederos (la insurgencia obrera, la resistencia ciudadana, el movimiento popular, la reorganización social ante el terremoto), hizo un pacto con el diablo. No fue un mal pacto. A cambio de sacar al PRI de Los Pinos guardamos en el clóset a Ho Chi Minh, la revolución socialista, Flores Magón, Durruti y los Consejos Obreros, el programa de transición y la plusvalía. No era un mal pacto en términos de una nación agotada por 40 años de agresiones desde el poder contra los ciudadanos: saqueos, doble moral, represiones y abusos, matanzas de campesinos y “errores económicos” que destruían en una semana la tercera parte de la clase media, que fabricaban millonarios y pobres a la misma velocidad. No era mal negocio para librarnos de un PRI que dejaba en el camino de sus funcionarios millonarios a las viudas, los pobres y los despedidos.

Sin embargo, nunca leímos la letra pequeña del contrato. No teníamos mucha experiencia en esto de pactar con el diablo y no se nos ocurrió ver que abajito del documento, en la letra minúscula escondida, decía: “sacarán al PRI, pero vendrá el PAN” y después: “En el proceso de sacar a los ladrones de Palacio, muchos de ustedes se volverán como ellos”.

Ahora se nos propone una reiteración del pacto y el diablo dice: “Con tal que el PRI no vuelva al Distrito Federal, cualquier candidato es bueno”. Pero nos hemos vuelto expertos en interpretar la letra chiquita y con cuidado leemos: “Dejarán unos añitos más reposar en el clóset a sus muertos ilustres”, “serán funcionarios y no militantes, la chamba es primero”, “la izquierda moderna de nada se acuerda”, “mejor chucho que perro”, “el Estado es la princesa y cuando la besen se volverán sapos” (el diablo parece tener sentido del humor) y otras lindezas parecidas.

IV

Sin despreciar la lucha electoral, que en ciertos momentos se vuelve el gran cauce de expresión popular, pienso que hay que darle su justo valor y no sumarnos a la tradición perredista que ha hecho de lo electoral (sea lo que sea: elecciones internas, parciales, externas, de la flor más bella del ejido) una obsesión.

Entender la lucha electoral al margen de los gritos nacionales de “estamos hasta la madre”, “no más sangre”, no al manejo neoliberal de la economía, no a la represión contra los activistas en la red, no a la represión a maestros y electricistas, no a los manejos turbios que desnacionalizan Pemex, no a la criminalización de la protesta social, no a las mil y un formas de corrupción que son el cáncer nacional que afecta a México, es una traición al pasado y al sentido de la izquierda, una abominación.

Darle la vuelta a la tortilla significa darle contenido al enfrentamiento electoral, repletar la campaña de información, de educación, no simplemente poner rostros en pancartas en las farolas.

¿Cómo es posible que en los millares de espectaculares, pancartas sobre las vías rápidas, carteles de la precampaña del PRD no haya una sola alusión al necesario fin de la guerra calderonista? Sólo caritas sonrientes con corbata amarilla.

V

–Yo voy por el voto nulo. Todos son iguales. Todos los políticos son iguales –dijo el chavo. No me miraba de frente, pero en la mirada huidiza se reconocía una clara obstinación, una revuelta. No era la primera vez que escuchaba el argumento. Se lo había oído a Adolfo Gilly en una reunión amplia del Movimiento por la Paz, y su punto de vista reflejaba el de la mayoría en ese encuentro contra mi opinión minoritaria; y desde luego se lo había escuchado a compañeros del entorno zapatista. El justificadísimo desencanto ante los partidos electorales de la izquierda moderada ha prendido entre muchos, muchos más de lo que se piensa, no sólo entre jóvenes radicales, sino también en la alta amplia capa de la clase media ilustrada que fue a finales de los 80 parte fundamental de la periferia del PRD y que le dio la victoria en las dos elecciones del fraude.

¿Y es el voto nulo, en blanco, la abstención, una revuelta?

No, más bien es un gesto moral, y con todo el respeto que le tengo a los gestos morales, se va a diluir en términos significativos en la habitual y creciente abstención.

El voto en blanco en las próximas elecciones no castigará al PRI y al fantoche de Peña Nieto, sino que lo favorecerá. El voto en blanco se va a producir en el entorno de la izquierda, en sectores críticos del sistema, pensantes,

¿No tendría mucho más sentido el voto crítico? Algo así como: No votaré por ningún candidato de izquierda que no haga suya la propuesta de una ley de amnistía a los centenares de campesinos ecologistas presos. No votaré por ningún candidato de izquierda que no firme un proyecto para detener la guerra. No votaré por ningún candidato de izquierda que no reconozca la urgencia de democratizar el magisterio y promueva una educación gratuita, laica y popular.

VI

Sólo hay un par de maneras de que esta ciudad, que por la base es mayoritaria y claramente de izquierda, protestona, liberal, progresista y a toda madre, se pierda, y es que la izquierda elija un candidato de izquierda que no lo sea; me explico este bonito galimatías:

Una parte de los precandidatos a jefes de Gobierno del DF son, en una definición generosa, de centro izquierda (pero poquito), neoliberales a ultranza, sin pasado político, funcionarios en permanentes funciones (del Gobierno del DF, del aparato o de las cámaras), van desde el representante de los chuchos Carlos Navarrete a los ebrardistas Mario Delgado y el procurador Mancera. Ciudadanos que creen, desde luego, en la eternidad de la chamba. Un poco más a su izquierda Alejandra Barrales. Y en la otra esquina Benito Mirón, Laura Velázquez, Pablo Gómez, Fernández Noroña y Martí Batres.

La elección de uno de los tres primeros provocaría una ola de voto en blanco (entre ellos el mío), nulo o abstencionismo enorme. Daría razón a los que desde otros sectores del movimiento argumentan que “todos son iguales”. Para gobernar al modo priísta soft no hace falta un gobierno de izquierda.

¿Por qué entre los candidatos de la izquierda Martí Batres me parece el mejor? Quizá porque es el que tiene más claro que una candidatura es antes que nada un proyecto y un equipo elaborado más allá de las nefastas cuotas que han dominado la formación de gobiernos perredistas en todo el país y que permiten que la administración se llene de ineptos, chambistas y mediocres ciudadanos.

Me cae bien Fernández Noroña, por sus desplantes y sus locuras, pero quizá por eso mismo es quizá el candidato que reúne mayor cantidad de intención de voto negativo y sería prácticamente imposible ganar el DF con él; los demás compañeros están muy lejos de tener una presencia en el movimiento y la sociedad.

Así la cosa ¿que aporta Martí?

Una clara idea de que la ciudad debe virar hacia la izquierda sumando nuevas propuestas a los avances logrados en el Distrito Federal, sobre todo en política social y derechos de minorías que deben conservarse (transporte barato, apoyos a madres solteras, matrimonios gay y adopción, becas para estudiantes de preparatoria, apoyos económicos a la tercera edad, comedores populares, nuevas escuelas preparatorias).

Parece que ha hecho suyas tres ideas claves, tres condiciones: 1) La candidatura debe poner por delante la lucha contra la corrupción. 2) Debe solidarizarse sin condiciones con los movimientos por la paz y “no más sangre” que hoy representan la legítima respuesta ciudadana a la enloquecida guerra de Calderón. 3) Debe apoyar sin condiciones a la resistencia electricista y magisterial en la ciudad de México ante los embates del estado y el charrismo sindical.

He discutido en varias sesiones con grupos muy diversos de militantes del movimiento, de la base perredista, de las brigadas de Morena, los 50 puntos que Martí propuso y me parecen un primer proyecto de gobierno consistente, La idea de crear una red de cooperativas de consumo que permitan la venta de productos agrícolas directamente de los productores a los consumidores, la creación de una empresa de suministro y generación eléctrica de la ciudad de México que devuelva el empleo a los trabajadores del SME y corrija el sistema de tarifas irracional que CFE trata de imponer, el reconocimiento de la sección 9 del magisterio por las autoridades del DF, la captación de agua de lluvia, la creación de un canal de televisión y una estación de radio ciudadana, el lanzamiento de un a nueva economía democrática y participativa, la radical simplificación administrativa de la ciudad de México, la creación de un banco del DF, cuyas ganancias se destinen a obras sociales y culturales, la transformación de la impartición de justicia con procuradores electos por la ciudadanía y el juicio con jurado, la desaparición de empresas de intermediación laboral, el rechazo a los contratos de protección… éstas, entre otras muchas proposiciones, me parecen esenciales para construir una ciudad mejor.

VII

Siguiendo la sabia máxima de “Si cacarea, pone huevos y tiene plumas, seguro es una gallina”, creo que ha llegado la hora de que estas cosas se discutan públicamente. Hay que sustituir los rumores por el debate, las versiones en lo oscurito por la discusión de ideas, que no sean los caudillos los que tomen decisiones y que finalmente no nos veamos obligados a aceptar un método de encuestas basado en la popularidad que generan las pancartas.

Algo está sin duda soberanamente claro: si esta ciudad tiene salvación y salida, esta es por la izquierda y el taxista Alfaro, Fabrizio Mejía Madrid, Paloma, un servidor y muchos más pensamos que con Martí Batres.

(Para la redacción de esta nota canibalicé fragmentos de un viejo artículo titulado “El pacto con el diablo”, los tiempos han cambiado pero algunas de las situaciones son las mismas.)



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