PRD: fin de un ciclo
Adolfo Sánchez Rebolledo
El PRD no se partió en pedazos, pero la división permanece y de alguna manera se institucionaliza. La elección de Jesús Zambrano y Dolores Padierna no es un acto de unidad, sino de sobrevivencia elemental de los grandes grupos de poder internos de cara al largo y accidentado camino hacia la sucesión de 2012. Se conjuró la fractura orgánica, pero siguen sin resolverse las controversias políticas fundamentales. Se puso a salvo la existencia del partido como aparato”, esto es, como una organización cuya permanencia legal, sin duda importante, se ha convertido en un fin en sí mismo por cuanto posibilita la realización de la agenda particular de sus “administradores”, pero sigue en el aire el tema capital del qué hacer y con quién hacerlo.
En otras palabras, está en juego la existencia del partido como un conjunto articulado de medios y fines, de ideas y propuestas, capaces de elaborar y transmitir a la sociedad en su conjunto una alternativa de izquierda que trascienda la individualidad o los intereses inmediatos, parciales, de quienes la sostienen. Las llamadas “corrientes”, que se pensaron como antídoto contra las inercias del partido centralizado y monocolor, caudillista, se transformaron en feudos permanentes, en parcelas de poder para la negociación interna de los cargos públicos y partidistas, y acabaron por rendirse al pragmatismo y otras formas de oportunismo que erosionan el debate democrático en sus filas a costa de magnificar la adjetivación, el maniqueísmo o la vacuidad discursiva. Ese ciclo, al parecer, está completamente agotado, pues donde no hay, propiamente hablando, discusión ideológica la identidad se esfuma y todo se reduce a la pugna táctica, aritmética, por el control de los órganos de dirección, a la gesticulación hacia fuera y a la disputa interna, pero el horizonte se pierde. No puede sorprender que las resoluciones se reduzcan a simples prohibiciones para amarrar las manos al adversario y no, como sería lógico, acuerdos positivos para avanzar en un curso definido de acción. Un ejemplo: el Consejo Nacional aprobó rechazar las alianzas con el PAN para las elecciones presidenciales en 2012, pero siguió adelante en lo que respecta a las estatales, incluida la del estado de México, sin explicar a nadie, menos a los ciudadanos, la incoherencia (o el oportunismo) que está implícita en esa doble vía. Pero hay más. ¿Cómo es posible que el Consejo Nacional del mayor partido creado por la izquierda mexicana omita toda referencia política al acto fundador del Movimiento de Regeneración Nacional y la presentación del proyecto alternativo de nación en las mismas fechas, considerando, además, que entre los nuevos dirigentes partidistas se hallan varios promotores de la candidatura de Andrés Manuel López Obrador? ¿Hasta qué punto resistirá la cuerda perredista que la elección del candidato se trate como una cuestión de personalidades al margen o por encima de los planteamientos o las propuestas que se requieren para resolver los problemas del país?
Se dirá que esa desidia ante la realidad no es nueva. Sin embargo, la gran diferencia es que hoy el centro de gravedad de la política de izquierda se ha deslizado fuera del PRD, y ése es un hecho político de la mayor importancia que de ninguna manera debiera subestimarse, pues plantea una agenda nueva para hoy y para el futuro.
Para todo fin práctico, aunque los resultados se verán después de 2012, el movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador NO es un partido, pero en la práctica actúa como si lo fuera (por su identificación con ciertos principios, causas, fines), aunque si se quiere muy diferente a los otros. Surgido para competir en las elecciones presidenciales del año próximo, el movimiento lopezobradorista se concibe como parte de un proceso que no se agota ni comienza en las urnas, sino que habrá de proseguir hasta lograr las transformaciones que México requiere. (Al respecto, abro un paréntesis, creo que la izquierda tiene ante sí la tarea teórica y práctica de superar la idea de partido que ha prevalecido hasta hoy, pero sería insensato oponer “el movimiento” al partido, así, en general, como se hace también con la movilización popular frente a la acción parlamentaria.) Por lo pronto, el Movimiento de Regeneración Nacional ha presentado un proyecto radical que busca establecer el rumbo del país más allá de 2012. Y eso, en el erial que es la política nacional, partidista o no, es algo digno de subrayarse y de discutirse, pues un proyecto es siempre una idea que se somete a la revisión para ser mejorado, enriquecido o rechazado por sus destinatarios. Habrá que leer el texto completo que fue la base de la presentación de Andrés Manuel para opinar o criticar con conocimiento de causa, pero, insisto, el solo hecho de que un movimiento haya tomado el toro por los cuernos es altamente positivo.
Por lo pronto, se advierte que López Obrador no ha llamado a la desbandada de quienes comparten en los partidos sus mismas posiciones, pero sí exige fidelidad a una plataforma mínima que es la base de sus alianzas y eso, por fuerza, tendrá efectos sobre la correlación de fuerzas dentro de la izquierda, en especial en el partido donde todavía milita, aunque haya pedido licencia.
En los días próximos asistiremos a un segundo capítulo de la crisis del PRD: la consulta acordada con el PAN para coaligarse en el estado de México. Los resultados son previsibles; las consecuencias también. ¿Quién gana?
En otras palabras, está en juego la existencia del partido como un conjunto articulado de medios y fines, de ideas y propuestas, capaces de elaborar y transmitir a la sociedad en su conjunto una alternativa de izquierda que trascienda la individualidad o los intereses inmediatos, parciales, de quienes la sostienen. Las llamadas “corrientes”, que se pensaron como antídoto contra las inercias del partido centralizado y monocolor, caudillista, se transformaron en feudos permanentes, en parcelas de poder para la negociación interna de los cargos públicos y partidistas, y acabaron por rendirse al pragmatismo y otras formas de oportunismo que erosionan el debate democrático en sus filas a costa de magnificar la adjetivación, el maniqueísmo o la vacuidad discursiva. Ese ciclo, al parecer, está completamente agotado, pues donde no hay, propiamente hablando, discusión ideológica la identidad se esfuma y todo se reduce a la pugna táctica, aritmética, por el control de los órganos de dirección, a la gesticulación hacia fuera y a la disputa interna, pero el horizonte se pierde. No puede sorprender que las resoluciones se reduzcan a simples prohibiciones para amarrar las manos al adversario y no, como sería lógico, acuerdos positivos para avanzar en un curso definido de acción. Un ejemplo: el Consejo Nacional aprobó rechazar las alianzas con el PAN para las elecciones presidenciales en 2012, pero siguió adelante en lo que respecta a las estatales, incluida la del estado de México, sin explicar a nadie, menos a los ciudadanos, la incoherencia (o el oportunismo) que está implícita en esa doble vía. Pero hay más. ¿Cómo es posible que el Consejo Nacional del mayor partido creado por la izquierda mexicana omita toda referencia política al acto fundador del Movimiento de Regeneración Nacional y la presentación del proyecto alternativo de nación en las mismas fechas, considerando, además, que entre los nuevos dirigentes partidistas se hallan varios promotores de la candidatura de Andrés Manuel López Obrador? ¿Hasta qué punto resistirá la cuerda perredista que la elección del candidato se trate como una cuestión de personalidades al margen o por encima de los planteamientos o las propuestas que se requieren para resolver los problemas del país?
Se dirá que esa desidia ante la realidad no es nueva. Sin embargo, la gran diferencia es que hoy el centro de gravedad de la política de izquierda se ha deslizado fuera del PRD, y ése es un hecho político de la mayor importancia que de ninguna manera debiera subestimarse, pues plantea una agenda nueva para hoy y para el futuro.
Para todo fin práctico, aunque los resultados se verán después de 2012, el movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador NO es un partido, pero en la práctica actúa como si lo fuera (por su identificación con ciertos principios, causas, fines), aunque si se quiere muy diferente a los otros. Surgido para competir en las elecciones presidenciales del año próximo, el movimiento lopezobradorista se concibe como parte de un proceso que no se agota ni comienza en las urnas, sino que habrá de proseguir hasta lograr las transformaciones que México requiere. (Al respecto, abro un paréntesis, creo que la izquierda tiene ante sí la tarea teórica y práctica de superar la idea de partido que ha prevalecido hasta hoy, pero sería insensato oponer “el movimiento” al partido, así, en general, como se hace también con la movilización popular frente a la acción parlamentaria.) Por lo pronto, el Movimiento de Regeneración Nacional ha presentado un proyecto radical que busca establecer el rumbo del país más allá de 2012. Y eso, en el erial que es la política nacional, partidista o no, es algo digno de subrayarse y de discutirse, pues un proyecto es siempre una idea que se somete a la revisión para ser mejorado, enriquecido o rechazado por sus destinatarios. Habrá que leer el texto completo que fue la base de la presentación de Andrés Manuel para opinar o criticar con conocimiento de causa, pero, insisto, el solo hecho de que un movimiento haya tomado el toro por los cuernos es altamente positivo.
Por lo pronto, se advierte que López Obrador no ha llamado a la desbandada de quienes comparten en los partidos sus mismas posiciones, pero sí exige fidelidad a una plataforma mínima que es la base de sus alianzas y eso, por fuerza, tendrá efectos sobre la correlación de fuerzas dentro de la izquierda, en especial en el partido donde todavía milita, aunque haya pedido licencia.
En los días próximos asistiremos a un segundo capítulo de la crisis del PRD: la consulta acordada con el PAN para coaligarse en el estado de México. Los resultados son previsibles; las consecuencias también. ¿Quién gana?
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