Calderón ante la Corte Internacional
Acentos
Acentos
Epigmenio Ibarra
2011-10-07 •
2011-10-07 •
No hay crimen más grave que aquel que contra un país entero comete ese que, supuestamente elegido por la mayoría, lo gobierna. No hay crimen más grave que el de aquel que, escudándose en el poder, en el poder que por la vía “democrática” se obtiene, conduce a su patria a la debacle.
Más todavía ha de perseguirse a ese que se ha sentado en la silla, como Felipe Calderón Hinojosa, luego de una elección preñada de irregularidades y que, ya sentado en ella, se toma la libertad de determinar, movido por sus propios intereses políticos y propagandísticos, un sangriento destino para todos.
De ese que, como herramienta electoral, utilizó la guerra sucia y sembró la discordia. Del que, irresponsable pero conscientemente, transformó en cruzada, anticipó de la instalación de la muerte violenta entre nosotros, la elección presidencial.
Una elección, como la de 2006, en la que, de manera ilegal, como lo dejó consignado la máxima autoridad electoral y de la que todos fuimos testigos, metieron las manos el presidente en funciones Vicente Fox Quesada y los poderes fácticos.
Ya dejamos pasar ese crimen. Ya ante eso cerramos, todos: medios, gremios y ciudadanos, los ojos; nos acomodamos. El miedo a la confrontación social. La conformidad. La conveniencia. La inercia. Los temores ideológicos nos hicieron aceptar lo inaceptable. Hoy pagamos las consecuencias.
El próximo martes, un grupo de abogados de la UNAM presentará, apoyado por más de 20 mil ciudadanos mexicanos, una denuncia contra Felipe Calderón Hinojosa en la Corte Internacional de La Haya.
Yo soy uno de esos 20 mil; yo apoyo esa iniciativa.
Lo hago convencido de que, a Calderón, en los últimos 400 días del sexenio que agoniza, ante la posibilidad de que la cifra de muertos y la violencia crezcan exponencialmente, debemos los mexicanos, atarle, de alguna manera, las manos.
El daño que este hombre envanecido, por mirarse todos los días en el espejo de la propaganda, ha causado al país es enorme. Su cerrazón ante los reclamos y las propuestas también.
El daño que le resta por causar, en tanto siga en Los Pinos, es todavía mayor. No podemos, simplemente, “dejarlo hacer”. Lo muertos que faltan, por su obstinación, por sus desaciertos, los cargaremos, sobre nuestras espaldas, si no actuamos.
El miedo cerval a la “figura presidencial”, el “respeto a las instituciones”, la comodidad o la resignación no pueden ni deben servirnos más como coartada.
Instrumento fundamental de la democracia es la revocación de mandato o cuando ésta no existe, como en nuestro caso, la búsqueda de vías jurídicas para impedir que ese, que esta sentado en la silla, en lugar de servirnos se sirva de nosotros.
Tenemos la obligación los ciudadanos, si no queremos perpetuar los abusos de quienes nos gobiernan, de poner, de manera radical y por la vía democrática y legal, coto a los mismos.
Si la legislación nacional, si los recursos tradicionales a nuestro alcance no son suficientes, es necesaria la tarea de encontrar otras vías.
Ya hemos acudido, los ciudadanos, en distintas ocasiones a la Corte Interamericana. Ha sido inútil. Gobernantes anteriores, el gobierno actual nos tomaron la medida. Se burlan de los fallos de esa corte. ¿Harán lo mismo con la de La Haya? Quizá.
Nuestro deber es, antes de que el país explote, intentar todas las vías de transformación pacífica, de contención institucional al poder.
Está en juego nuestro futuro; la viabilidad misma de la nación. Nada más grave, más urgente que impedir que quien hoy nos gobierna abra, impunemente, heridas tan profundas, como las que abren la guerra y las decenas de miles de muertos.
Heridas que generaciones enteras no pueden cerrar.
Muchos habrá que digan que esta iniciativa, la de poner a Calderón en el banquillo de los acusados, en ese mismo el que antes se han sentado a Milosevic y otros genocidas, es un exceso. Yo no lo creo así.
He vivido la guerra. Sé de esa dialéctica imparable que la muerte violenta establece. Sé la forma brutal en que cobra a los pueblos sus facturas terribles y no puedo seguir quedándome con los brazos cruzados.
No me mueven ni el odio ni la antipatía. El odio, más bien, es cosa de Calderón y los suyos, de los heraldos del fascismo que, en las redes sociales, salen en su defensa, con su prédica violenta e intolerante.
Me mueven los datos duros, las masacres continuas, la insensibilidad brutal de un gobierno que promueve la venganza y no la justicia, que utiliza el miedo y la zozobra de la población como instrumento de control.
Me mueve la certeza de que la doctrina y la estrategia de guerra, fallidas de por si, alientan, necesariamente, la formación de escuadrones de la muerte que, como los mismos criminales —porque son iguales a ellos— hacen de la “muerte ejemplar” su recurso disuasivo estratégico.
Me mueve la firme convicción de que hay que poner un alto, atarle las manos a un hombre; Felipe Calderón Hinojosa, que ayuno de legitimidad, urgido de dar sentido y relevancia histórica un mandato gris en todos los órdenes, nos escritura la guerra como único destino.
http://elcancerberodeulises.blogspot.com/
1 comentario:
Muchos mexicanos apoyamos su demanda.
El pueblo ha sido masacrado por este ambicioso en su deseo de legitimarse. Merece ser juzgado.
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